He repartido mi vida inútilmente entre el amor y el deseo, la queja de la muerte, el lamento de la soledad. Me aparté de los pensamientos profundos, y he agredido a mi cuerpo con los excesos y he ofendido a mi alma con la negación.
Me he sentido culpable de derrochar la vida y no he querido quedarme en casa a atesorarla. Tuve miedo del fuego y me incineré. Amaba las páginas de un libro y corría a la calle a aturdirme. Todo ha sido superficial y vacío. No tuve odio sino amargura, nunca rencor sino desencanto. Lo esperé todo de las mujeres y todo lo obtuve. Sólo de mí no he sacado nada: en esto me parezco a las tumbas.
¿Pude haber vivido de otro modo? Si pudiera recomenzar, ¿lo haría?
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