Nuestros demonios, creemos, habitan en el alma y yacen ocultos en algún pavoroso rincón del sueño de la razón, esperando el momento de ser paridos como monstruos. Sin embargo nuestros infiernos individuales y nuestras peores pesadillas nos acechan desde el cuerpo. Debajo de la piel, ahí donde las células sostienen exterminios genocidas y las bestias invisibles fraguan conspiraciones, es el domicilio del Averno. El día que te creas dueño de tu destino y te sientas capaz de hacer eso que llaman planes para el futuro, acuérdate que tu cuerpo siempre tiene la última palabra. Sólo cuando la luz de la lámpara del buró te alumbra a las 4:00 de la mañana puedes tomar conciencia de dónde estás parado y te topas de frente con un espejo brutalmente honesto. Una zona de fantasmas y demonios que te invitan a patinar trazando un círculo en el cañón de la pistola. Una zona en donde la aparente calma del mar bajo un cielo nublado, es heraldo de que algo va a estallar, de que un millón de infiernos silenciados van a hacer erupción dentro de ti como un volcán.
Al igual que tú, encuentro en la ligereza un alivio constante a todos mis problemas. Un refresco bajo en calorías, un pie de limón que no acabe anclándose a mis caderas, una casa nueva pagada a cómodas y eternas mensualidades, una lista de consejos para cuidar el medio ambiente sin sacrificar mi estilo de vida, un blow job en un baño público sin preguntar nombres: ¡Lo quiero todo, lo quiero ahora y lo quiero endulzado con Splenda! Y si nada de esto funciona programaré una micro liposucción el lunes durante mi hora de comida. Quiero todos los placeres y beneficios inmediatos, sin batallas, sin complicaciones y sobre todo, sin consecuencias.
Que mi vida es ya demasiado complicada como para agregar las pretensiones culturales de un irlandés anti social y ensimismado que no sabía poner puntos y comas en sus novelas. Que mi concepción del mundo está demasiado revuelta y no necesito sumarle las masturbaciones mentales de China Adams. Que estoy constantemente confundido y abrumado y no pensar siempre es más fácil que pensar.
No es que sea idiota e ignorante. Soy inteligente e informado, leído y escribido, con el capital cultural suficiente para descifrar, comprender e incluso aplicar todo aquello que francamente me da hueva. Ése es precisamente el problema. Mientras más leo más me falta por leer. Mientras más estudio más entiendo que la educación no sirve de nada. Mientras más sé más comprendo que nunca sabré nada. Y mientras más hago más me resigno a que no hay nada por hacer.
No creas que esto lo admito muy tranquilo y sin penas, mi desencanto me causa conflicto interno y por eso escribo de ello. Pero por más batallas existenciales que tenga sospecho que siempre llegaré a la misma conclusión: "Soy quien soy, no hay nada que pueda hacer al respecto", como recitaba religiosamente John Malkovich casi al final de Dangerous Liaisons.
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