me gusta pensar que así fue; que a pesar de que hice un montón de pendejadas, tomé malas decisiones, me metí en problemas estúpidos y peligrosos e hice cosas de las que no me enorgullezco —pero de las cuales tampoco me avergüenzo; se llama vivir, simplemente— siempre fui un poco más inteligente que mis circunstancias y al final, sí, salí magullado y con un muchas cicatrices, pero la libré. Puedo ver a los ojos a mis padres sin ningún tipo de culpa ni reproche y sé que ellos están orgullosos de mí. Hace un par de años —cuando ya hacía mucho tiempo que había hecho cosas que muchos sólo han visto en películas— visitaba el hogar. Yo estaba recostado viendo televisión en el sillón favorito de mi papa, que salio de la cocina y al verme desparramado, dijo “¿Qué haces ahí? A tu edad yo era el amo del mundo”. Le respondí: “Lo soy papá, lo soy”. Se rió y se sentó junto a mí
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