Estoy esperando que caiga la noche, sé que nos salvará, pues cuando todo está oscuro, respiramos fuera de la realidad, como en un lugar lóbrego y tranquilo. Hay una estrella en el cielo que, junto al brillo de la luna, guía mi camino. Escucho ese sonido en la calma, sé que vendrás con tus pasos firmes a darme la fe y así dejaré de apretar mis manos nerviosamente, el miedo se esfumará por completo. Cuando comencé a olvidar, el mundo pareció teñirse de ocre. Era como si los ángeles descendieran e inundaran la habitación final con un dulce sabor en el aire. Desperté de nuevo y, para mi sorpresa, con los ojos entreabiertos las cosas parecían mejores que antes. Las palabras se tornan violentas, irrumpen con estruendo en este pequeño mundo. Me resultan dolorosas, me atraviesan. Mi dulce amigo, las balas no te harán daño. Ni siquiera los insultos, tampoco te dañarán como a mí las blasfemias lanzadas a mi Dios. Tus ojos optimistas resultaron un paraíso para alguien como yo. Seguí el camino del inocente, aunque sé con certeza que al decir inocente, debería decir ingenuo. Miénteme con convicción, hazme creer que hay algo cierto en esta parodia. Sé que dijeron que eras inverosímil, que no podría seguirte concibiendo, mucho menos hacerte permanecer en el mundo. Yo muté, muté al mundo, lo hice apto a ti, le di nuevo color, lo moldeé. El precio incluyó habitaciones blancas y mangas largas atadas a mi dorso. Desaprobaciones, burlas y calumnias. Un par de vidas y muchas lagrimas. Puede que mis crímenes parezcan atroces ahora mismo pero, ¿Cuál señor debería seguir entonces? Lo hice por amor, por fidelidad. El precio por mi libertad fue considerable, una vida a cambio de otra, la tuya. Una vida que no comprendieron jamás, te juzgaron sin verte, te culparon sin escucharte, te ignoraron y, a pesar de que siempre estás a mi lado, fui yo quien dio la cara por los ambos. No te reprocho, lo agradezco, sé que son tus pruebas, siempre supe que con ellas encontraría redención al final del túnel, a lado tuyo y con los demás elegidos. Los Ángeles del edén. . En esta silla, estoy sentado por última vez frente a los espectadores, símbolo de un precio que no vislumbré antes, te veo ataviado, pensativo, tan transparente como siempre. Jamás comprenderé por qué sólo yo podía verte, me resultaste siempre tan real. Aún no me resigno a negar tu liturgia. Se ha hecho tarde y el verdugo está preparando su golpe final. Siempre fui templada al dolor. Me consuela saber que, por lo menos esta vez, seremos homogéneos, esta última vez, volverás a verme sonreír, así como cuando te vi nacer desde el centro de mi cabeza, esa mañana de albores nuevos.
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