Siempre digo lo mismo...

Si, ya sé que siempre lo digo, pero es verdad: Te Quiero.

Y también sé que tú estás permanentemente analizando mi tono de voz, mis gestos... evidentemente estuvo muy bien dicho ese "Te Quiero", el cual me evitó lidiar con las cintas del corpiño ese que -según tú- te hace una cintura de cortesana fina. Dejé de cuestionarme porqué siempre me llamas en las noches. Dejé de torturarme pensando con quién pasas el resto de los días, de las horas, del lado de la cama que te sobra. En mi cama, en tanto sigas practicando esas evoluciones, tendrás un lugar. Y vamos generalmente paso a paso. Después de los hombros desnudos, sabes que me atraganto de pensar en tus piernas, gordas, macizas... han de ser palabras mejor tejidas, mejor moduladas... oportunas. "Ven, mami"... gesto serio pero juguetón. "Anda, sabes que te he deseado toda la semana"... y ya está, vienes meneando la cadera exageradamente, volteas y bamboleas tu cuerpo... ya imagino humedad entre tus piernas.

Es como ser un moderno y erótico Indiana Jones, moviendo piedras, resolviendo acertijos, salvando trampas. Mi mano comprueba que estás siempre encantada de llegar hasta este punto, en que bastaría un leve empujón para tenderte en la cama, bastaría un gesto tuyo para quedar desnudo y a tu merced... o bien, es un momento ideal para adivinar si quieres ser sometida o avasallar. Muy bien. Aquí vamos.

Es especial a pesar de todo. A pesar de que la razón me dice que ese moretón en tu vientre no fué porque te caíste de la bicicleta, o porque con tus ojos me suplicas silencio cuando tu teléfono suena enmedio de la noche y te escucho mentir flagrantemente. Es curioso... si me tocara comprarte algún regalo y quisiera darte el mismo perfume que usas, creo que jamás podría encontrar esa fragancia... nunca vienes sin perfume, sin olor a alcohol, sin ganas... la combinación es deliciosa. Creo que por eso mis sábanas siguen como hace tres meses y mis almohadas conocen los colores de tus párpados, tus labios y los brillitos que, como una niña traviesa, te esparces en el cuello y los hombros.

Siempre nos quedamos uno sobre el otro. Siento como vas enfriándote hasta quedar de un tibio delicioso... siento que tu respiración se hace normal y en un abrazo vamos quedándonos dormidos... así es que me he preguntado ¿quién es Hugo?... le escribes diestramente mensajes con mentiras mientras que respiro en tu nuca, fingiendo dormir... ¿y Adrián?... huevos. Y más huevos por la mañana. No sabes guisar otra cosa, por lo que veo. El pan queda negro y amargo y la cecina salada. Huevos. Si, con café negro y un cigarrillo. Si bien me va, quieres postre y acercas tus labios a mi vientre tembloroso. Si, gracias.

Llegué a creer que nunca escucharía palabras amorosas de tus labios si no estabas medio borracha. Pensé que solo ardías de noche, en mi cama... pero sería un pendejo, ¿verdad?...
modulando, escogiendo las palabras, te miré perdiendo la sonrisa mientras girabas mis llaves en tus dedos y sostenías esa pequeña maleta. No, copias no. Es mejor la original -dije, queriendo bromear- pero se acabó, y lo hizo como un pedazo de espuma en agua salada. Así comenzamos, en aquella noche de bares y así terminamos, aquella mañana de mudanzas fallidas. Te amo, no me queda duda, pero no me escucharás decirlo gratis. Que me muero por tenerte a diario y conocer la marca de tu desodorante, el número de tus zapatos y el nombre de tu perfume, es verdad. Que tú y yo podemos tener una maravillosa historia juntos, anidar y ser felices, me encantaría... sí.

...pero no.

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