Tomar solo

Despertar empapado en el vómito propio, y no en el ajeno, es una experiencia maravillosa que la gente feliz y de buenas costumbres no se permite nunca. Levantarse del piso con punzadas en el cuerpo, sin nadie al lado, sin nadie arriba, sin nadie abajo, con los pantalones sin desabrochar. Cuánta poesía hay en esas mañanas. Cuánta belleza melancólica baña esos despertares. Cuánta exquisita tragedia inundándolo todo. Cuánta hermosa soledad. Mi historia, como todas las historias, empezó una noche cualquiera. Sentado en una acera esperaba al amor de mi vida fumándome un cigarrillo. Heme ahí, enamorado, invocándola con mis pensamientos y con mis labios agrietados, a sabiendas de que nunca iba a llegar, porque me había abandonado. La esperaba pero al mismo tiempo no esperaba nada. La sentía en mis brazos, pero estaba solo. La amaba, pero no me pertenecía. Caminé llorando como un loco, como el poco hombre que soy. Dibujé su rostro en las hojas de los árboles, en las alcantarillas, en las migajas, en los botes de basura , en las ventanas de los autos, en las estrellas con su luminosidad insoportable, en mí mismo. ¿Qué sería de mí? ¿Qué podía hacer para mitigar el dolor atroz me atormentaba? Mi mundo se caía a pedazos. Todo era pesadumbre. Regresé a casa y las vi a ellas, a las botellas, tan amigables, tan perfectas. Me miraban con sus inexistentes ojos como atravesándolo todo y yo no puse resistencia. Bebí hasta que ya no bebía, hasta que beber era un acto involuntario, inconsciente, insufrible. Lo olvidé todo, y me olvidé de mí. Me paré frente al espejo y vi el estúpido reflejo de mí mismo con la boca ensangrentada y con el corazón al descubierto. Qué sublimidad desnudar nuestra alma frente a nosotros mismos y frente a nadie más. Qué magnificencia decir la verdad sin que nadie más la escuche. Qué claridad de luna revolcarnos con nuestra propia sombra, derramándonos, dándolo todo, atreviéndonos a confesar. Qué hermoso es despertar empapado en el vómito propio, y no en el ajeno, un domingo por la mañana

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