la mejor historia de mi compadre guffo

Tenía mucho de no verla ni saber de ella, y, ¡oh, surprise!, en dónde me la fui a topar…

Llegué al aeropuerto de Houston el viernes, con dos whiskys y una pinchurrienta bolsita de cacahuates en la panza. La razón: se casaba el primero de todos mis primos por parte de mi madre. Qué pendejo, decían en broma algunos. ¿Y tú para cuándo?, preguntaban otros. Mis padres ya tenían un día en esa ciudad gringa y bushiana, y yo esperaba sentado en una banca incomodísima del aeropuerto a que mi tía –la mamá del futuro castrado, digo: casado- llegara por mí a la Terminal E, pues me hospedaría en su casa junto con otros primos.
Pasó una hora y nada que llegaba. Fui a comprar algo de tomar al Starbux o Starbus, o esa chingadera, y me llamó la atención una vieja que arrastraba una maleta a lo lejos.

Caminaba derechita, sacando la pechuga; muy coqueta, mirando al frente y hablando por celular. Ojos delineados con raya negra muy marcada que hacía juego con su cabello negro anudado en una pinza de esas que usan las viejas y que parecen trampas para osos. Como que la llamada en su móvil se le cortaba y volvía a marcar, y se le cortaba otra vez y volvía a marcar un tanto enfurecida; por no decir, encabronada.
Di un sorbo a la madre esa con choco chips y crema batida que compré, sin desprender mi vista del mujerón aquel que se aproximaba hacia donde yo estaba. Ya le estaba desabrochando el pantalón con la mirada para imaginar de qué color serían sus calzoncitos, cuando: ¡ay güey!; con razón me había llamado tanto la atención: era la Fabi.

Nunca había visto tanto asombro en un rostro. ¿Qué ooondaaa, Guffiiiis?, ¿qué haces aquíiiii?, me dijo mientras me abrazaba con ese olor a Emporio de Armani tan característico en ella. Jaja, tú, qué haces aquí, le dije medio temblando, yo vengo a una boda. Su cara no abandonaba la sorpresa, al igual que la mía. ¿A poco tu primo Dany se casa?, me dijo. Me gustó el detalle de que se acordara de los nombres de mi familia. Bueno, no era para menos, siempre la quisieron mucho y fue bastante el tiempo que estuvimos juntos. Pa´no hacer el cuento largo, me dijo que su mamá había perdido el vuelo de Monterrey, que iban a un congreso de profesionales inmobiliarios y que su madre tenía las reservaciones y la dirección del hotel y no podía comunicarse con ella a falta de señal. Cualquier palabra quedaría corta para platicarles lo hermosa y sabrosa que se veía.
En eso, recibió la llamada de su madre y mi celular también sonó. Mi ex suegra le pasó el número de reservación y el nombre del hotel. Por la bocina de mi fono, mi tía me decía que no podría ir por mí, y me pasó la dirección de su casa para que me fuera en taxi.

Colgamos al mismo tiempo. Seguíamos mirándonos con sorpresa; era increíble que en Monterrey nunca más nos volvimos a topar. Yo estaba nervioso. No sé si ella también Me dijo que quería un café, que fuéramos a tomarnos uno. Y fuimos. Tiré la madre empalagosa que compré en el Starbucks. Platicamos chingón, como siempre lo habíamos hecho. Nos reímos mucho, como siempre lo habíamos hecho. No dejaba de verle las chichis, ni la boca, ni toda su cara, como siempre lo había hecho. Seguíamos incrédulos ante tanta coincidencia y empezamos a hablar del azar, el destino y demás mística barata. Terminó su café (yo no tomo café, pero me tomé una cerveza para que el efecto de los vasitos de whisky del avión no se desvaneciera) y pagué la cuenta. Le dije que si quería que la acompañara a su hotel y me dijo que era precisamente el favor que me iba a pedir: Ya sabes que mi inglés es péeesimo, Guffis, me dijo. “Guffis”, “cafecito”, “galletita”, “blusita”; para todo empleaba diminutivos que contrastaban con su voz ronca; eso siempre me gustó de ella. Reímos cuando le dije que si seguía hablando en náhuatl y diminutivos nadie le iba a entender ni madres. Me dio un manazo riendo aún. Subimos al camión que tenía el logotipo del hotel donde se hospedaría. Platicamos todo camino. No nos reprochamos nada ni quisimos curiosear en lo que habíamos hecho este tiempo que llevábamos separados. No nos preguntamos nada que pudiera lastimarnos o que arruinara nuestro encuentro. Reímos mucho otra vez. Me dijo que de mí siempre le gustó que la hiciera reír mucho. Yo le dije que de ella me gustaba todo. Sonrió.

Llegamos al hotel. Le ayudé con sus maletas. Utilicé mi mejor inglés con la ojiazul de la recepción y la Fabi nomás miraba con cara de “juat?” Jajaja, tiene el pelo con madre, me dijo la Fabi apuntando a un negrito con un afro exageradísimo. Sonreí. La ojiazul de la recepción me dio la llave; bueno, la tarjeta: ya ven que ahora los cuartos de los hoteles se abren con tarjetas. Thank you, le dije, y la Fabi me dijo: aijuesuuuuu, muy gringo o qué. Volví a sonreír.

Ay, muchas gracias, Guffis… ¿y ahora cómo le vas a hacer tú para irte a casa de tu tía?, me da pena que te hayas venido hasta acá. Le dije que no había pedo, me agradeció de nuevo y nos abrazamos. Pero nos abrazamos bien cabrón, acá: apretándonos bien fuerte, sin querernos soltar. Te extraño un chingo, le susurré en el oído. La Fabi derramó una lágrima, me di cuenta porque la sentí escurrir por mi cachete. Quédate conmigo, chiquito… háblales a tu tía y a tus papás y quédate conmigo. A huevo que sí.
Subimos al elevador y en vez de lanzarnos desesperadamente a nuestros brazos y besarnos, nos contemplamos con una sonrisa casi imperceptible. Fue un momento de inocencia de los pocos que se dan cuando dos personas se conocen tanto. Limpié con mi pulgar la raya del delineador corrida en su rostro por culpa de la lágrima que embarró en mi cara y ella cerró los ojos. Caminamos por el pasillo arrastrando las maletas y tomados de la mano.

¿Por qué pasó lo que pasó entre nosotros?, me preguntó en el umbral de la puerta del cuarto. ¿Cuándo se acabó la magia, Guffo?
Pasó lo que pasó… pues no sé, le dije con voz quebrada. Por lo mismo que está pasando esto, chiquita… y sí; la magia se perdió…no sé por qué ni quiero echarme la culpa o culparte a ti… pero ¿no crees que esto que está pasando es algo mágico? Nos besamos. Sentí donde me vencí y ella también, pues nos tomamos del rostro para no despegarnos ni para tomar aire, pero con una delicadeza...
Abrimos la puerta del cuarto 1234 con la tarjeta/llave y la cama era enorme…


Despertamos abrazados bajo el grueso edredón de la cama. Hacía mucho tiempo que no nos levantábamos así: acurrucados y desnudos. Cuando andábamos de novios a mí siempre se me dormía el brazo y amanecía con un hormigueo horrible a falta de circulación, pues la Fabi se quedaba dormidota sobre él a mitad de la película que habíamos rentado y yo ya no me podía mover; por eso perdí –malamente- la costumbre de abrazarla mientras dormía. Esa mañana desperté con ese mismo hormigueo, pero no me pareció incómodo: podía quedarme con el brazo atrapado bajo su cuerpo para siempre. Comencé a acariciar su cabello con la mano que tenía libre y ella me apretó con su abrazo a la altura de mi pecho.

- ¿Dormiste rico, chiquita? -le pregunté.
- Muy rico -dijo.

Me besó mientras frotaba mis pies contra los suyos. Siempre disfruté hacer eso, aunque ella me decía que yo no sabía cortarme las uñas de los dedos, que siempre me quedaban como garras afiladas y le raspaban en los tobillos. Esa mañana no me dijo nada de eso, es más, imitó mis movimientos acariciándome también con sus pequeños dedos y la lisita plata de sus pies.

La ropa estaba regada en el piso. El aire acondicionado en su máxima potencia. El hueco entre las dos cortinas mal cerradas dejaba entrar un muro de luz que hacía visibles las pelusitas flotantes que desprenden las sábanas y la alfombra.

- ¿Por qué perdimos todo este tiempo?
- No sé… -le dije-, tal vez lo necesitábamos para aprender…
- ¿Y qué aprendiste? -me preguntó.
- Que aprendo más estando contigo.

Me besó y volvimos a hacer el amor.

Recordamos cuando tus hermanos me iban a madrear una noche que salimos con sleeping bags, copas de vino y sobras de la cena que habíamos pedido en el departamento que tenía en renta tu papá, jajaja. Que yo no me volví a aparecer en tu casa si no hasta navidad, porque dije “bueno, no creo que estos cabrones me partan la madre el mismo día que nació el niñito Jesús”. Mientras llegaba diciembre nos vimos en muchas otras partes a escondidas y, otra vez, en el depa de tu papá, jajaja, pero ahora sí no nos cacharon. Recordamos cuando nos metimos a un coffee shop en Ámsterdam y en un principio pensé que los güeyes te estaban tirando el pedo, pero era al revés: era un coffee shop gay jajaja. Recordamos desde las gorditas de picadillo en Real de 14, las crepas de plátano con Nutela en Paris, lo aburrido del Museo de Louvre y hasta la primera vez que dormimos a la intemperie en Cuatro Ciénegas, bajo una lluvia de estrellas. “Mira, mira: ahí va otra… ¡Otra!... ¡Mira!... No manches, son un chingo… esto está hermoso” y apuntábamos nuestros dedos al cielo, esperando a que cayera una como anillo estelar o a que escribieran nuestros nombres en el negro manto de las tres de la madrugada. Fue cursi y romántico. Eso sí, los pinches mosquitos no nos dejaron dormir hasta que el sueño nos venció y sus picaduras nos valieron madre. Viajamos mucho juntos, y la primera vez que viajamos por separado, coincidimos. Como ayer.

Estaba casi sentada, recargada sobre el respaldo de la cama y las almohadas. Me separé de ella y me puse a modo de cruz: con mi cabeza sobre sus muslos. Hazme piojito por fa, baby, le dije. Sabía que a la Fabi le gustaba hacerme piojito porque le gustaba estarme buscando canas, y fue lo primero que hizo al recostar mi cabeza sobre sus piernas. Parecíamos dos changuillos de zoológico acicalándose y buscándose piojos. Y recordamos a los monos titís de Animal Kingdom que hacían lo mismo que nosotros. No se por qué ella tendrá esa fijación con los canosos. Con decirles que López Obrador se le hace un hombre sexy. Dios mío. Sinceramente, que me salgan canas no me preocupa, me preocupa más quedarme pelón antes de que me pueda salir la primera cana.

No sé cuánto tiempo duró la sesión de piojito y cosquillas en el cuello que me estaba tumbando de sueño otra vez, pero en eso, la Fabi fue la primer valiente en pararse de la cama. Deja me meto a bañar, chiquito. Nooooo, no hay que bañarnos, le dije. Se rió y la agarré de las caderas y las pompas diciéndole que estaba bien buena, que se quedara en la cama o que de castigo diera unas vueltecitas por el cuarto encuerada para verla. La Fabi se atacaba de la risa y cayó de vuelta en la cama. ¡Yaaa, Guffo! suéltameee. Oh, pos quién te manda a estar tan buena, le repetía. Y como típica vieja: ¿Qué te pasa?, estoy bien gordis. Estás bien buena, insistía yo. Ay Guffo, estoy bien aguadita, ya no soy una niña, seguía diciendo ella. Ya quisiera una vieja de 23 años estar como tú a los 33 mamacita, y le volví a apachurrar las nalgas y las caderas y el vientre y esa lonjita que a todas las viejas les trauma. Jajaja, se cagó de la risa y se paró echa madre al baño. Duérmete otro ratito, me dijo… para que no estés chingando, amorcito jajaja. Me reí junto con ella. Siempre sacaba una madreada cuando menos lo esperaba. No estás aguadita, le dije, estás suavecita como el migajón de un pan. Y se volvió a atacar de la risa mientras sus pisadas amortiguaban la alfombra de la habitación y la guiaban a la regadera.

Sólo escuché la llave del agua abriéndose y la puerta del baño cerrándose. Traté de recordar una canción, pero no me acordaba quién la cantaba ni quién la había compuesto. Siempre la escuchaba para reafirmar el por qué me gustaba tanto estar con Fabiola.
Y me acordé de la canción antes de que saliera de la regadera…

Pinche boda rara. Con decirles que no había meseros y uno se tenía que parar a la barra por su pisto. Y pues ya se imaginarán a los mexicanitos: metiéndose en la cola y sacando de quicio al barman porque no había tequila. Había cheves, whisky, piñas coladas, martinis y no sé qué otras cosas más, pero tequila no. Como siempre quise probar un martini cosmopolitan y allá en Monterrey los venden como en 70 pesos la copita, pues aproveché en la boda para probarlos. Están buenos pero las copitas en las que los sirven están muy mariconas y chiquitas, se tardan mucho en prepararlos y se beben de volada. Opté mejor por tomar cerveza.

Qué hueva describir la reacción de mis parientes al verme con Fabiola: prefiero que imaginen sus caras, expresiones y diálogos. A la Fabi le gusta bailar, y yo soy de esos de los que la gente habla y se burla cuando se para a dizque bailotear, porque parece que tengo los aparatos y fierros que usaba Forrest Gump de chiquillo; pero pues me valió madre y saqué a bailar a la Fabi. La banda que animaba, al ver que la mayor parte de la familia era mexicana, optó por su repertorio de música en español como “Copa Cabana” y “Tequila”. Vaya imbéciles. Ya me los imagino sacando sus brillantes deducciones: “Ah, mira, son mexicanos: vamos a cantarles la de Tequila para que se sientan en casa”. Pffft, debió haber habido tequila pero para mamar, cabrones. Bueno, a un tío sí se le prendió el foco y llevó una botella o dos. Bah, a mi ni me gusta como quiera. Fue una boda como todas las bodas que hay, lo que la hizo única fue la compañía y mis alocados pasos de baile, ajuuua. Bueno, salvo ese detalle de pararse cada quien por sus alcoholes y de que las bebidas te las cobraban después de las 12 de la noche, todo estuvo bien. A esa hora Fabiola y yo nos despedimos de los aún asombrados de mis familiares, fuimos a nuestro hotel, subimos al doceavo piso sin soltarnos de la mano -esta vez sí nos besamos dentro del elevador- y entramos a la habitación igual.

Vimos el último episodio de Sex and the City y la Fabi lloró. Siempre me pareció una buena serie, pero siempre he pensado que de las cuatro viejas no se hace una; bueno, es que ninguna es mi tipo. Tal vez Samantha. Las de Desperate Housewives están mejores. Bueno, pero lo mejor fue ver llorar a la Fabi. Siempre me gustó que llorara en el cine, viendo Cantando por un Sueño o cuando le leía mis escritos en las noche. Me gustaba que llorara porque me gustaba tener un pretexto más para besarla y abrazarla y decirle que la amaba. La abracé y le besé la frente cuando la pantalla del televisor se puso negra con letritas blancas y ella también me abrazó.

La Fabi tuvo su última conferencia muy temprano en la mañana. Su madre no llegó a Houston, por cierto. No me despertó, pero sentí cómo se quedó un buen rato contemplándome en silencio desde el sillón, ya arreglada y lista para marcharse. También sentí cuando acarició mi pelo y me beso en la boca. Recuerdo entre sueños que me decía que ya se iba y que me amaba mucho y que siguiera dormido. Desperté por completo –medio crudo- minutos después, prendí la lámpara y leí el recadito que me había dejado sobre la cómoda:
“Gracias por este maravilloso fin de semana. Siempre he creído que por algo suceden las cosas. No vayas a perder la llave que está a lado de este mensajito: es la de mi departamento, jijiji. Te veo allá, baby. Te amo y ya te extraño. Besos sabor cosmopolitan, mi bailador con dos patas izquierdas ”.

Ya quería irme a la chingada a Monterrey.

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