Todas las noches de sábado terminamos sentados en la cornisa de un apartamento sobre la calle Church –casi esquina con Queen- donde viven dos compañeros brasileños. Varias veces nos ha amanecido ahí arriba.


Es un pequeño techumbre de metro y medio de ancho -con una canaleta de aluminio que sirve como desagüe- que cubre la casa de empeño y la tienda de conveniencia que están al nivel de la banqueta. Al departamento se accede por una puerta de cristal opaco y una escalera alfombrada que está entre ambos negocios; a la cornisa, por un par de ventanas que están en la habitación donde debería de haber un comedor.

Acostumbramos sacar una pequeña hielera –que en realidad es un cesto de basura con hielo y cervezas dentro- y la tranquilidad de la calle, los árboles de la plaza y la silueta barroca de la iglesia de enfrente nos ponen a filosofar.

He escuchado pláticas muy diversas e interesantes, que me han puesto a reflexionar sobre muchas cosas. Pláticas de personas de todas las edades, nacionalidades y religiones. En especial me gustan esos silencios que se prolongan después de que alguien cuestiona algo a lo que nadie tiene respuesta. No son silencios incómodos, como los que surgen entre personas que se conoce desde hace tiempo y ya no tienen de qué platicarse. Son silencios en los que pareciera que todos nos conectamos y olvidáramos que tenemos gustos, opiniones y creencias distintas.

Nadie finge conocer la respuesta de nada y, mucho menos, tener la razón. Cada pregunta genera más preguntas; cada pregunta abre brechas a más conocimiento. No dudo que alguien en el fondo crea conocer la respuesta -o estar muy cerca de ella-, pero creo que prefiere guardarla, pues el hecho de decirla le quitaría la mitad del interés a ese ejercicio de reflexión al aire libre.

Durante esos silencios largos volvemos los rostros al cielo y sorbemos de nuestras botellas, como si fuéramos a encontrar algún indicio de respuesta allá arriba. Las burbujas de la cerveza bajan por nuestras gargantas y luego se suben a la cabeza, como se elevan nuestras preguntas hacia las estrellas.

Extraño esos momentos de libertad y relajación.

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