La brisa de otoño y las hojas que arranca caminan conmigo. Aunque en el fondo ellas saben que fui yo quien decidió caminar a su lado.
Algunas hojas rozan el empeine de mis zapatos. Otras de color más pálido me regalan un crujido suave al dejarse pisar.
Las hojas acompañan mis pasos siempre y cuando no vaya en contra del viento.
Antes me gustaba ponerme de frente al viento. No era por llevarle la contra, era simplemente caminar, volver la vista atrás y pensar que todas esas hojas rodantes eran el montón de ofensas, fracasos o algo desagradable que pretendía olvidar. Creía que el viento, haciéndome un favor por dirigirme hacía él, se las llevaba para siempre.
Pero el lugar de donde nace el viento es como ir a donde comienza el arcoíris: no puedes llegar.
Entonces retomé lo que todos sabemos: que la Naturaleza es la Naturaleza y sólo por eso es sabia y perfecta. Deduje que si el viento soplaba hacia determinada dirección era porque la Naturaleza así lo quería.
Por eso mejor decidí caminar con la brisa de otoño y las hojas que arranca. Ahora no miro hacia atrás, pues la corriente de aire empuja las hojas hacia adelante. Hacia donde voy. Dejé de ver las hojas como todo lo funesto que quisiera olvidar y decidí verlas como novedades y oportunidades. Algo que me espera en el lugar donde el viento dejará de soplar a mi espalda y soplará en mi rostro al llegar.
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