Dije muchas cosas, recuerdo todas y cada una de ellas. Y siguen siendo tan ciertas ahora como cuando las pronuncie. Te prometí muchas cosas, algunas sin importancia, otras con todo el peso del mundo sobre si. Lo recuerdo, todo.
Cuando aquel día, recostados en la cama, te hable de mi pasado, te conté cosas que nunca le había contado a nadie y tu hiciste lo mismo. Después en aquel viaje caótico y triste te mostré con hechos el significado de mis palabras. Cuando me fui de la casa, no me llevé nada, sólo una promesa.
Sabía en lo que me metía, sabía que tu no sentías lo mismo que yo. No me importó, estaba consiente de que yo tenia todas las de perder, y de hecho, perdí. Pero eso no tiene nada que ver con aquella confesión, aquel compromiso que adquirí conmigo mismo y que –tal vez por error- compartí contigo.
Eras mi última oportunidad, mi último intento. La última vez que me permitiría sentir de esa manera. Cuando has fracasado tantas veces, llega un momento en que es inevitable abrazar la derrota, aceptar que ese no es tu camino y que nunca lo fue, por más que lo intentes. Estaba convencido de eso, sigo estándolo.
Y lo he cumplido, clausuré esa parte de mí y puse un cordón de seguridad alrededor. Nada puede atravesarlo, en parte porque yo no lo permito y en parte porque no es algo que pueda suceder por si solo. Y ahí sigue todo aquello, intacto como el primer día; inmaculado, únicamente ensombrecido por el abandono y el olvido.
Te dije todo aquello y me escuchaste con pena y –supongo- dolor. Fue un peso muy grande el que puse sobre tus hombros, lo sé y lo siento. Pero no era mentira; si aquello no funcionaba, yo me retiraría definitivamente, me retiraría de todo el exterior, viviendo solamente de lo que llegara cada día, pero nunca, nunca más de aquello que exprimía de ti.
Y ha pasado mucho tiempo; tiempo durante el cual he cumplido sin problemas ni lamentaciones. Todo sigue en pie.
Pero, ¿Sabes? Hay cosas que pasan por si solas; cosas que aunque sostengas en tus manos, simplemente no puedes tocarlas. Hay cosas que pasan por el rabillo del ojo y apenas puedes verlas, pero ahí están. Hay veces que uno no puede rendirse, que no puede abandonarse.
Te dije que aquello era el fin. Me prometí que me rendiría y que no lo intentaría más, y así es; por eso mismo no puedo hacerlo. Siempre cumplo mis promesas, pero a veces las promesas no pueden cumplirse. A veces uno tiene que hacer lo que sea necesario, a veces uno tiene que darse por vencido solamente para seguir adelante. ¿No?
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