Una noche cualquiera

 Una noche cualquiera dimensioné (como si de un Aleph se tratara) la infinitud de las calles por las que nunca voy a caminar. Ciudades, universos, realidades aparte están aquí, en este mismo planeta y en este mismo instante, contemporáneos de mi existencia, paralelos e inalcanzables. Contempla el Mapamundi y trata de imaginar los países que jamás conocerás y piensa en los rostros que no te será dado ver, en toda esa gente que pudo cambiar tu vida y estuvo a instantes de cruzarse en tu camino. A lo mejor, alguna vez has estado a tres minutos y seis metros de toparte de frente con tu amante o tu asesino, con tu redentor o tu tortura. Acaso cruzaste la avenida 50 segundos después del camión que iba a aplastarte o saliste de ese bar cuatro minutos antes de la bala perdida que iba a destrozar tu cabeza. Recorre una librería y piensa en todos esos libros que nunca leerás, en los universos a los que no te será dado penetrar. Las palabras no pronunciadas, los cuentos no escritos, los orgasmos no consumados, los besos que nunca diste. Ciudades, libros, personas, paisajes, pasando frente a tu vida sin que puedas tenerlos mientras yaces inmerso en tu microcosmos frente al mar y la frontera, coleccionando atardeceres delante de una pantalla y redimiendo el alba en el olor del café. La Historia de lo que Pudo Haber Sido es el Aleph, la Montaña Mágica. La historia de lo que fue, en cambio, es un poema minimalista o acaso un Ulises, atiborrado de páginas donde el diálogo interno es el universo entero y la anécdota se diluye en un vaso de cerveza oscura.






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