noches de insertidumbre

La noche comienza con la esperanza de algo que ocurra, fuera de las desesperanzas e ilusiones cotidianas.
Llego al bar donde están conocidos y amigos,  a veces amigos desconocidos, esos que se hacen gratis y con los que rara vez interactuas. Los tragos fluyen a paso cierto, a dos por uno pido que uno de los dos whiskeys venga sin hielo, para agregárselo hasta cuando le toque morir.
Es una noche extraña, no en mal sentido, es extraña-buena, hay gente diferente en un bar de gente siempre conocida, me encuentro justo entrando a una exnovia de hace ya tiempo, es buena amiga y platicamos un rato muy agusto antes de despedirse para ir a la mesa con sus amigas a beber vino y jugar dominó.
Y entran las memorias de música y aromas de otros momentos que sobresalen de entre la plática a mi alrededor que escucho como se escuchan los adultos en las caricaturas de Charlie Brown; las noches invertidas, las ganas de alimentarme de cachos de planeta, tanto tiempo imvertido en no ser nada queriendo hacer todo.
La noche termina para el bar y nos corren amablemente mostrándonos la libreta sin hojas en la que sambuten la cuenta rayada a mano pero siempre confiable, es el mejor bar del mundo. Hay otra fiesta, vamos todos los que estamos, bebemos todo lo que tenemos.
Y unos bailan, yo no bailo por más borracho que ande, no se me da, como no se me da comer nopales, la noche parece de Otoño y regresan recuerdos adentro. Recuerdos que me hacen aspirar profundo como queriendo dejar sin aire a todos en la fiesta, y cayeran desmayados en desaire.
Ella se acercó a preguntarme qué hacía mirando al cielo, alienado, sin bailar.
– Yo no bailo, invierto mi tiempo en “nonsense”.


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