En la carta escribí mis más sinceros sentimientos, sin siquiera un atisbo de falsedad. No intenté ocultar lo que por orgullo y honra seguramente no debiera expresar. Todos tenemos un lado oscuro, pero está en los sanos saber mantenerlo en la oscuridad.
Hago esta aclaración, a modo de defensa, y a destiempo, pues hubiese sido correcto escribirla en el cuerpo de la mencionada carta. Pero si por ese entonces hubiese pensado en este razonamiento, posiblemente no hubiese sido tan vergonzosamente desnuda su verdad contenida.
No niego cierta expectativa con el texto profesado, aun cuando, si mal no recuerdo, en la misma carta existe un párrafo que explica todo lo contrario. Se podría presumir que la expectativa descripta es ni más ni menos que un obligado fruto del motivo mismo de la carta (o por que otra razón se escribiría una carta sino para transmitir un mensaje, o generar una respuesta); pero tengo que aclarar que en esta situación confío en una idea, una suposición, que tengo acerca de mí mismo; y que explica que no escribo para generar una reacción en el lector, ni para simplemente transmitirle un mensaje, sino que escribo para generar una reacción en mí mismo. Escribo para liberarme de aquello que tengo para decir. Y así rompo cualquier tipo de atadura. Quedarse con algo por decir es un compromiso ineludible que nos ata a alguien. Esto explica por qué, cuando tenemos un amor no declarado, no podemos olvidarlo jamás.
Y es así como busco liberarme. Dejándote todo, quedándome con nada. Ni siquiera quiero la esperanza de reencontrarte. Ya no me preocupa que leas lo que escribo, ni que sepas lo que siento.
En la carta anterior también dedicaba algunas líneas a decirte cómo me ilusionaba con nuestro porvenir juntos. Obviamente, era todo producto del peligroso cóctel de mi percepción, mi motivación y mis anhelos. Nada más alejado de la realidad. Tomé tu figura y engañé a mis sentidos para hacerte bella. Tomé tu personalidad, a pedazos, enalteciendo lo bueno, y justificando lo malo. Tomé tus sueños y los amalgamé con los míos. En pocas palabras te puse en un pedestal. Hasta te hice mía, cuando no merecías ser propiedad de nadie. Pero todo ese castillo de naipes se derrumbó, y yo quedé levantando los escombros.
Que más podría escribir aquí, que no hay dicho en la carta anterior. Tan solo podría aclarar, y volver a recalcar, que no he enviado la carta previa, pues tampoco la he escrito. Te lo dije en mis sueños, mientras sentada leías. Al fin y al cabo, da igual, pues su propósito se ha cumplido.
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