Puede pasar y pasa. Es inevitable. Resbalas, tropiezas, cuando empezabas a ser capaz de mantener el equilibrio, te caes.
Pasa pero sigues adelante.
A fin de cuentas el tiempo del que dispones ahora es para eso.
Te levantas y abres la puerta a toda esa basura que te cae de la cabeza para que salga volando de tu espacio. Esperas que pase o que encuentres la fórmula de arrasar esos brotes de mala hierba que te nacen del cerebro. Ya ni preguntas qué o por qué porque sabes que no importa.
No eres un héroe ni un elegido por los dioses.
Tu cabeza no baila con escobas porque esté a punto de parir la idea final que acabe con los males del mundo. Sientes y como sientes, padeces.
Haces lo que puedes y no es mucho.
Estas enfermo, no sabes lo que dices, vives en una fiebre de pijamas que te paraliza.
Quién eres, qué vales, cuánto cuestas.
Donde duerme tu alegría, tu felicidad, tus ganas.
Dónde se esconde el sexo, dónde ha ido tu belleza, tu alegría, el hombte que eres y no encuentras.
Por qué te mueres si te quieren, si te esperan.
Por qué te hundes.
Por qué sales a la calle y sólo eliges las cuestas que te conducen más abajo, allí donde nadie te conoce ni te encuentra.
A qué esperas.
Los días pasan.
Permaneces inmóvil en la orilla del mundo.
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