A la chingada ...
De la chingada. ¿Por dónde empezar? Podría comenzar por el infaltable lugar común: el amor que ella sentía por otro. Pero eso —tristemente— ya era algo tan común para mí que de facto lo incluía en la ecuación. Aún así le entregue los restos que me quedaban. Me paré ahí y dije: “Esto es lo que soy”. Ella tomo algunas cosas; a veces era apoyo, a veces consuelo, a veces entretenimiento o puro y simple sexo. Yo tomaba lo que podía e inconcientemente, mediante humo y espejos, me convencía a mi mismo y lograba que ante mis ojos pareciera más de lo que era. Aquello era un estira y afloja que me mantenía física y mentalmente agotado.
A la chingada. Inevitablemente, aquello se rompió. Ni siquiera ahora puedo explicar o entender bien que fue lo que pasó, pero las cosas fueron escalando hasta salirse completamente de control; aquella lucha de poderes y necesidades se convirtió en una vorágine de reclamos, presiones, desprecio y golpes directos. Al final no pude más y ni siquiera me detuve a recoger los pedazos que iban desprendiéndose de mí, sólo me alejé sin mirar atrás, dejando todo lo que me restaba ahí.
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De la chingada. A veces imagino que en algún lugar debe existir un Doppelgänger formado con todos los pedazos de nosotros mismos que vamos dejando en el camino; todos los sueños, ilusiones y promesas; incluso pedazos completos de nuestra personalidad. Tristemente, creo que el mío seria una persona bastante completa e incluso agradable.
A la chingada. La ventaja de deshacerse de tanto es que llega un momento en que uno se vacía y entonces, sólo entonces, se puede volver a empezar desde cero; una nueva oportunidad para reconstruir, de la nada, todo lo que alguien alguna vez despreció.
Todo lo anterior ahora me parece muy lejano, perteneciente a otra vida, y en cierta manera así es; durante años me deconstruí a punta de madrazos y heme aquí. A la chingada con el pasado; ahora, empecemos por hacernos pedazos
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