Ciclos...
Nunca, nunca me ha gustado utilizar el concepto de “ciclos” en mi vida. Tal vez porque siempre me he considerado como una persona bastante estable y que al final de cuentas, lo que cambia son las dinámicas a mi alrededor mientras yo sigo siendo el mismo (sí, en muchas cosas he evolucionado, mejorado y empeorado, pero básicamente, sigo siendo el mismo chamaco que era a los dieciséis años)
Aun así, en este momento, mis alrededores (por llamarlo de alguna manera) han cambiado muchísimo, tal vez no en lo aparente, pero sí en lo importante. Atrás quedaron aquellas noches de pesadilla y aquel hueco en el esternón. Atrás quedo el stand by y la indiferencia. Aún me falta dejar atrás algunas pocas cosas: la deslealtad de alguien que era muy cercano a mí (de las pocas cosas que me encabronan); las deudas emocionales y algunos pocos fantasmas que apenas y se asoman durante ciertas noches. Todo eso se esta cerrando y hoy, como diría Arturo Meza, sólo veo una ventana sin paredes, whatever that means.
Hoy son días de luz, días de canciones de Yokozuna, de viajes en metro y de cafés del 7 Eleven, de la panadería La Esperanza y de comidas extrañas. Días y noches de cosas que, aun con mi kilometraje, jamás había vivido. Todo ello no deja de sorprenderme y sobre todo, de dibujarme esta sonrisa en el rostro.
Lo más curioso de todo es que, a diferencia de otras épocas de mi vida, no tengo necesidad de hablar mucho sobre ello. Es extraño, pero supongo que cuando todo se siente en su lugar, no hay mucho que explicar
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