Educación...

Nos educan a ir eligiendo lo socialmente correcto, a ir construyendo con castillos de acero. Nos empujan a subir los siguientes peldaños en lo que toca a la familia o la profesión. Nos aconsejan para evitar pasos en falso. Todo ello es una fórmula "infalible" para obtener seguridad y tranquilidad con un toque de felicidad aparente y aceptación social. Los cambios de rumbo se quedan para las pláticas de cantina. Son sólo inocentes anhelos que todos tenemos y que por eso vuelven a caer dentro de lo normal y lo esperado. De esos sueños están llenos los oficinistas de 9-7, que resisten gracias a cada quincena cobrada. O las parejas que se engañan -no necesariamente con sexo-. O los que soportan estupideces de los demás porque las manejan con mejor cara que a la soledad. Supongo que el futuro para una veinteañera que deja un matrimonio estable es obscuro. ¡Divorcio! El horror… quien sabe si la volverán a querer o si podrá conseguir la misma estabilidad económica. Y que pasaría si la misma mujer a los treinta se endeuda para vivir un sueño en el extranjero, en vez de dar un enganche a infonavit. ¿Y los hijos, cuando? Supongo el futuro se ve aún peor si se niega a conseguir un trabajo de 60 horas semanales, a cambio de un sueldo que le permita ir amortizando la pinche deuda. La falla de esa formula es no incluir la potencialidad. El tic-tac del reloj no sólo invoca a un futuro que irremediablemente va a llegar. La cosa es cómo llega, cómo buscamos que llegue. Que creencias y formas que cambiamos. Las pasiones desarrollamos. Lo que podemos llegar a ser. ¿Cómo saber de lo que soy capaz si no cortando en alguna con lo anterior?

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