Morir, para que?

Las grandes tragedias siempre nacen de una conjugación de tragedias menores, de pequeños errores que por si solos no tendrían la menor importancia, pero que al coincidir con otros tantos pequeños errores, desencadenan un avalancha fatal. Eso fue lo que sucedió; ni siquiera sé por donde empezar –irónico, siendo que sé perfectamente como va a terminar-, pero puedo resumirlo en dos palabras: Estoy muerto. Aún no, obviamente, pero mi muerte es algo tan inminente que, por muy ilógico que suene, me ha quitado un peso de encima. Es curioso como la certeza de la propia muerte aclara la mente hasta un nivel que jamás se conseguiría de otro modo. Supongo que subconscientemente el cerebro desecha todos los planes a futuro y eso, prácticamente, lo deja sin mucho de que ocuparse, mas que del aquí y ahora. He repasado la situación por enésima vez, y por enésima vez, el resultado ha sido el mismo: mi nave, con los motores muertos y sin ninguna posibilidad de hacerlos funcionar, se dirige directamente hacia un hoyo negro. A mi velocidad actual, es sólo cuestión de horas para que cruce el horizonte de eventos y mi cuerpo sea espaguetizado infinitamente. Eso no me preocupa, en verdad no. Todos hemos de morir algún día; la única diferencia estriba en, llegado el momento, como enfrentaremos la muerte. Estoy en paz conmigo mismo; tuve una buena vida y no me duele demasiado abandonarla. Excepto por una razón. Michelle. He dejado esa llamada para el final. Desde el momento en que comprobé que era imposible cambiar mi trayectoria, me comunique con la Flota y después de que los técnicos de rescate revisaron mis datos, guardaron silencio por un momento. Luego prometieron que se encargarían de todos mis asuntos. Excepto, de nuevo, de uno. Michelle. ¿Cómo decirle a la mujer que amas que está hablando con un cadáver? ¿Cómo hacerle entender que no hay nada, absolutamente nada que pueda salvarte? Sencillamente, no existe ninguna manera, por eso decidí grabar mi despedida y que la Flota se encargue de hacérsela llegar. Y no lo hago sólo por Michelle, para no enloquecerla de dolor, también tengo miedo por mí. Sé que si la escucho, la tranquilidad que he mantenido podría quebrarse. Y necesito estar tranquilo para lo que viene. Así que me acerco a la computadora de viaje y presiono un botón. Grabo el mensaje para ella. Mi voz mantiene su tono normal, pero no puedo reconocer mis palabras. Digo cosas como “Se fuerte”, “Sigue con tu vida” y “Encuentra a alguien que te haga feliz”. Puedo imaginarla, al escuchar mis palabras, moviendo la cabeza molesta, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Seguramente me insultara por pedirle algo así, indignada por mi condescendencia. Al final, los dos sabemos que así será; que pasado un tiempo y superado el dolor, ella seguirá adelante, siempre guardando mi recuerdo. Lo hará porque es fuerte e inteligente, por eso me enamore de ella, por eso es mi mujer. Me despido repitiéndole que la amo y asegurándole que me siento tranquilo y que todo será rápido y sin dolor. Miento sin titubear. Después encripto el mensaje, lo mando a la Flota y pido hablar con el Capitán. Cuando me lo comunican, como ultimo favor, le pido algo muy importante: que nadie, jamás, le explique a Michelle los detalles de lo que va a suceder. Le pido que sólo le digan que mi nave, al ser absorbida por el hoyo negro, se convertirá instantáneamente en energía, una llamarada de luz, si quiere mentir poéticamente. Cualquier piloto espacial sabe lo que ocurrirá realmente. Cuando mi nave rebase el horizonte de eventos que rodea al hoyo negro, ocurrirán muchas cosas, pero la más importante, la que me preocupa y de la que Michelle jamás deberá enterarse, es la dilatación del tiempo. Todo tiene que ver con la relatividad espacial. Porque cuando rebase el punto de no retorno, la monstruosa masa del hoyo negro hará que para mí el tiempo se acelere infinitamente; desde mi punto de vista el Universo se moverá vertiginosamente, pero eso no importa, para mí todo pasara en un instante. El problema es lo que sucederá fuera del hoyo negro, lo que, de saberlo, enloquecería a Michelle. Porque para ella, gracias a la dilatación del tiempo, mi nave, al acercarse más y más a la singularidad del hoyo negro, se alentara, se alentara hasta prácticamente detenerse indefinidamente en el borde. Para ella, mi tiempo se detendrá y durante toda su vida yo seguiré ahí, colgado al borde del hoyo negro, vivo pero muerto a la vez. No, no puedo permitir que ella sepa que estoy muriendo eternamente. El Capitán lo entiende y me promete que así será. Eso me tranquiliza y marca el fin de todo lo que me quedaba por hacer. Me acerco al tablero y programo la pantalla del puente de observación para que muestre todo el espectro electromagnético. Es un espectáculo hermoso; gigantescos chorros de rayos X y Gama son expulsados por el campo magnético generado por el diminuto monstruo que me arrastra hacia su centro. Casi vale la pena morir para verlo. Me consuela pensar que, para Michelle, aunque no lo sepa nunca, pasare una eternidad mirando esta belleza. Mi nave cruza el horizonte de eventos. Adiós Michelle. Te amare toda tu vida

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