¿sueños casi reales?
Casi siempre comienza en la cocina. A veces en la terraza y pocas ocasiones en el jardín, a mitad de una reunión. Ella está ahí, siempre está ahí. Al principio siento la misma sorpresa, la misma emoción, la angustia y la felicidad contenida. A veces me acerco a ella y cuando me ve, me abraza y me besa como si fuera lo más normal del mundo. Yo actúo de la misma manera; la beso alegremente y le pregunto cualquier cosa. La respuesta no me interesa, sé lo que va a decir –porque es lo que yo deseo que diga-, lo único que quiero es ver sus ojos iluminarse al hablarme. Ver su rostro llenarse de vida, llenarse del reflejo de mi vida, de la vida que le he dado.
Otras veces me mira de lejos y me ignora. Hago lo mismo, torturándome pero saboreando lo que vendrá, sabiendo que dentro de unos momentos me acercare a ella, pondré mis manos sobre su rostro y diré: “Te extrañé”. Sólo eso.
Pero siempre, sea cual sea el contexto, el sentimiento es el mismo: pena. Mí pena, la suya. El dolor de lo que se perdió. No importa cuanto lo desee y cuantas veces lo reviva, siempre el final es el mismo; siempre llega un momento, mientras la abrazo, en que no puedo más, en que no quiero más. Es entonces cuando despierto, cuando decido despertar. Odio ese momento, el momento del falso despertar porque, por unos instantes, por una eternidad, aún puedo sentirla, sentir su amor sobreimpuesto a la realidad, una realidad en la que no tiene lugar.
A las personas les gusta pensar que los peores sueños son las pesadillas, los mundos oníricos horribles, atemorizantes. Es un error; existe un tipo de sueño aún peor: el sueño lúcido, el sueño en donde sabes que estas soñando, cuando estas consciente que todo es producto de tu imaginación; sueños en donde puedes controlar a voluntad lo que sucede. Para mi es la peor forma de soñar, porque pudiendo cumplir alguna fantasía, algún deseo básico, cedo a algo que conscientemente he bloqueado y sacado de mi vida; me dedico a soñar un sueño perdido.
Ninguna pesadilla se compara a la tristeza de un sueño roto, sobre todo si uno decide romperlo una y otra vez.
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