Me dieron ganas de escribir, hoy que perdí el sueño. Siempre pierdo el sueño en hoteles, más cuando de antemano sé que debo dormir menos de mi cuota normal: 8 horas. Ojalá fuera de paso, pero es un triste City Express. Entre que soñaba y que daba vueltas en la cama, en ese estado entrañablemente soporífero, donde sientes el sueño recorrerte despacio por todo el cuerpo, dejándote disfrutar una languidez envidiable, tuve que ponerme a pensar, desgraciadamente. Luego prendí la computadora, y ando tratando de armar éste post a base de muchos sueños, de ésta noche y de muchas, quizá de años. ¿Se han puesto a pensar qué están completamente solos?. No sé exactamente en qué momento empecé a estarlo. Pero hoy definitivamente lo estoy. Quizá la única diferencia entre ser niños y adultos, es que comprendemos como engañarnos, como olvidar preguntar, cómo conformarnos, cómo discernir entre sueño y realidad. Mi primer sueño idiota fue aquella niña de cara perfecta, que conocí a los 8, o 9. Creo que se llamaba Denisse. No estoy seguro, pero todavía recuerdo sus delicados caireles negros casi azulados, que peinaba con un listón rojo precioso. Si la veo pasar algún día por la calle, no nos recordaríamos mutuamente. Ella menos a mí. El día que encontré los huevos, tan escasos a esa edad de enviarle unos chocolates a través de un amigo, no estuvo en su salón. Luego pasaron muchos días y tampoco estuvo. Le terminé regalando los chocolates a mi amigo. Se había ido. Se fue el amor de mi niñez. Me dejó con mis chocolates y toda mi debutante ilusión, pensando, aventado a mi suerte en el escalofrío tijuanense de sus recreos de viento frío con sol, pensando qué había podido suceder. Definitivamente busqué ayuda, no podía acabar así. Pero cualquier adulto respetable me daba explicaciones mediocres: ya vendrán otras, así pasa, hay miles de niñas. Aplastar los sueños. Me enamoré de muchas niñas, que con los años desarrollaban características infames: senos, curvaturas perfectas y juveniles, cinturas heterogéneas, piernas sedosísimas bajo faldas cuadriculadas, tacones, maquillaje. Uf. Cada año qué pasaba se ponían mejor y más deseables. Les pude llamar ninfas entonces. Con algunas hubo cosas rescatables, con otras simplemente cosas. A pesar de que todo estaba tan devaluado para mis años post-pubertos, seguía soñando con sus nuevos cuerpos, quizá con penetrarlas o perpetrarles los combos más indecentes que el intercambio de películas porno me había podido presentar. Venirme en su boca quizá, como un negro lo hacía con una trigueña en un video que vi más de cincuenta veces, mismo que estaba grabado en una computadora, en la clase de informática de secundaria. Pero siempre soñé con Denisse, con caminarla por algún paraíso terrenal, con reírnos columpiándonos en alguna jungla tropical. Y con amarla, y tocar sus caireles negros, con que me diera un beso con sus ojos abiertos, tan grandes. La vida te enseña a llorar por sueños que se deshacen. Porque los hombres también lloramos, ¿saben?. Uno ya no llora por las ninfas, sino por las Denisse que crees encontrarte, enajenarte y hacer eternas. Que se van, o simplemente les dices adiós porque no son quien pensabas. Porque prefieres jugar a cazar curvaturas perfectas y juveniles, en lugar de invertirle más aspavientos a quien definitivamente no te hace sentir más y más solo. Y te vuelves por periodos cortísimos un Serge Gainsbourg local, bohemio y ebrio, enamorando incautas para sentirte un poco más digno, para evitar pensar en tu sueño, y dejar de delatar tu falta de huevos, pero eres irremediablemente un soñador en huelga. Después, sigues buscando a Denisse. Pero ya tienes un auto, una vida, un empleo, y hasta unas responsabilidades. Quizá hasta ya viajaste un poco por el mundo, y te besuqueaste unas francesas con olor a pastel. Quizá también te las cogiste, o, ¿por qué no?, ahorraste unos Euros y le pagaste a un par de putas en Madrid para que te negaran simultáneamente la existencia de tus sueños. Quizá hasta tienes una relación seria, o dos. Pero todo es lo mismo. Ya las guapas y dulces niñas de la pubertad, sólo están buscando un semental que se quiera casar con ellas, y hacerlas olvidar sus puterías nombrándolas señoras. Hace unos días, me encontraba con un amigo, que me platicaba de un gran embrollo, pero grande, con su mujer. Y me decía, dulcemente, que la iba a perdonar, porque era el amor de su vida. Porque eran almas gemelas, porque con los años el amor era más que un par de tetas, era platicar hasta el amanecer, sentirse coincidir en temas esencialísimos. Era saber que no podrías encontrar alguien mejor. Y lo más importante, sentirse amado con la misma intensidad con la que amas. Y me sentí completamente solo. Y entonces pensé tanto en tí Denisse
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