del cristal

A través del cristal de la ventana, el cielo era jalonado por púrpuras jirones nubaceos. A lo lejos, las montañas rompían violentamente el horizonte, dando dentelladas rojizas a un sol moribundo. Frías corrientes de aire se arremolinaban sobre los lejanos picos rocosos, dotando a la escena de una violencia silenciosa. David miraba con ojos entrecerrados el deprimente espectáculo.
— ¿A que te refieres? —Pregunto sin voltear.
—A lo que dije, no puedo hacerlo.
Florencia miraba a David, cuya silueta se recortaba contra la ventana, como una ilusión bidimensional, una oscuridad dotada de bordes luminosos. Sentada en un pequeño sillón, esperaba que sus palabras sonaran justo como quería que lo hicieran.
—He pensado fríamente las cosas y he decidido no hacerlo. Porque no es correcto, no debo. Tengo que ponerme en paz y poner en orden mis ideas. Pensar que las acciones que yo haga, pueden afectar a terceros.
David seguía mirando hacia el exterior. El sabia que este momento llegaría, su única duda era cuando seria. Su silencio le indico a Florencia que debía continuar.
—Probablemente me comprendas. —Dijo Florencia sin convicción. —Tal vez no que es lo más seguro pero eso ya está decidido. Te mentiría si te dijera que no estaba entusiasmada, pero abrí los ojos y no puedo estar por la vida comportándome a través de impulsos y mostrando mi grado más inmaduro, menos ahora. Tú me pides sinceridad y ahora mi más sincero deseo es enfocarme en mi futuro. Ya no puedo ir por la vida lastimando tanto a las personas que me han tratado bien y me quieren...No sé que más decirte.
David se giro lentamente con una mueca en el rostro. Quería decirle que entendía por que había tomado esa decisión, que él mas que nadie deseaba que hiciera lo correcto, aun cuando esto separara sus caminos irremediablemente. Hubiera querido decirle que aun después de todo, ella no había comprendido. Que no había entendido lo que el le ofrecía, que todo era inútil.
—Comprendo. —Se limito a responder.
Florencia lo miro con una expresión extraña. Era verdad que no entendía muy bien que movía a David, que lo hacia ser lo que era, pero estaba segura de una cosa.
—No quiero perderte. —Dijo de pronto.
David levanto la vista y la miro por un momento.
— ¿Que quieres decir?
—Eso justamente. No quiero que salgas de mi vida.
—El problema no es que yo salga de tu vida, sino que entre. —Respondió David lentamente. —En realidad ¿Que tanto nos conocemos? ¿Sabemos realmente que deseamos? ¿Que nos mueve? Yo se lo que soy, así como supongo que tu sabes lo que eres. Pero me extraña que no quieras perderme cuando ni siquiera sabes quien soy en realidad.
—Eso no significa que no quiera perderte. —Repitió Florencia.
David respiro profundamente. No sabía como explicar con palabras lo que en verdad sentía sin sonar condescendiente. Quería decirle a Florencia que no se preocupara, que realmente no se perderían jamás, por que jamás se habian tenido. Porque no se dieron el tiempo necesario para causarse esas fracturas emocionales que al pasar los años, una fría noche de recuerdos, nos duelen y nos hacen recordar a los que vengaron viejas heridas de amor en nosotros. Quería decirle que no se preocupara, que dentro de un par de años ella olvidaría esas pláticas, esa sensación. Que al final, olvidaría que algún día pensó en el. Quería decirle que dentro de otro par de años, el la olvidaría también, olvidando incluso que el pensó en ella días enteros.
Por eso David, después de respirar lentamente, dijo:
—No me perderás.
Florencia sonrió y se levanto. David se había vuelto de nuevo hacia la ventana, mirando la oscuridad violeta que lentamente teñía el cielo.
—Tal vez en otras circunstancias de mi vida, hubiera sido diferente. —Dijo Florencia a sus espaldas.
—Si, lo se. —Dijo David en un susurro.
Se giro de nuevo y vio a Florencia, detenida a la mitad de la estancia. La moribunda luminosidad que entraba resbalando por la ventana provocaba que sus facciones se difuminaran en una sombra violeta y profunda. Sus ojos eran dos puntos de luz que ahogaban la mirada de David. Su boca era invisible y David la imaginaba como la había imaginado tiempo atrás. Sabia que esa imagen de Florencia seria la ultima que olvidaría en su vida. O la primera.
Dio un paso hacia ella y luego, vacilante, otro. Ahora su propia sombra cubría por completo a Florencia. La luz se extinguía en un último relampagueo rojizo. Se detuvo a un paso de ella, su aroma lo envolvía, y con tristeza pensó que también eso lo olvidaría, porque nunca pudo impregnarse de ella, nunca tuvo oportunidad de arrancarle los poros y hacer con ellos una segunda piel para el.
—Tengo que irme. — Dijo por fin David.
Sin esperar a que ella respondiera, dio la vuelta y salio de la habitación.
Mientras caminaba por el pasillo, creyó escuchar pasos a sus espaldas. Cuando miro hacia atrás, vio que el corredor estaba vacío. Sonrió para si y salio a la calle.
Y ahí estaba ella, esperándolo de nuevo.
El la miro. Mientras encendía un cigarrillo, entorno la mirada y dijo hacia la nada:
— ¿Sabes? Me estoy cansando de esto.
Nadie le respondió.
La noche lo engullo una vez mas, como tantas otras veces.