Hace muchos años lei -y he comprobado una y otra vez, sin fallo- que hay dos cosas que el hombre puede mirar por horas, absorto, hipnotizado; estas dos cosas son el fuego y el mar.
Y esto es debido a una especie de memoria genetica (no teniendo nada que ver con el concepto de "inconsciente colectivo" de Jung, que me produce urticaria) que nos hace retroceder hasta los albores de la vida misma.
Primero el mar, por que nosotros -la vida en su totalidad- provenimos del mar, de La Gran Sopa Quimica primigenia, en donde eones atras, las ciegas fuerzas de la naturaleza dieron como resultado algo que hasta la fecha sigue siendo tema de debate, ¿es la vida una rara excepcion o una consecuencia logica e inevitable?
Dejando tal ladrillo argumental a un lado, volvamos a la contemplacion absorta de la que hablaba en un principio. Mirar el vaiven del mar es perderse en recuerdos ancestrales, en imagenes, en sueños, incluso en miedos cervales, por algo H.P. Lovecraft tenia una fijacion enfermiza con el mar, como algo siniestro, maligno. Pero sin ir tan lejos, todos tenemos un temor respetuoso por el oceano, es algo instintivo, una relacion amor-odio, tal vez por que en el fondo deseamos y añoramos regresar a esa gran placenta que un dia -o millones de años- nos dio tibio cobijo, que nos alimento y un dia nos expulso -o nos fuimos caminando- de ella. Volver no a la Madre Tierra -como se dice comunmente- sino a la Madre Agua. Algo hay de inquietante en todas esas imagenes sobre terminar con nuestra vida adentrandonos en el mar; agua somos y en agua nos convertiremos.
Y el fuego, mirar por horas el crepitar de una fogata es recordar el amanecer de la humanidad, el inicio de la civilizacion, el comienzo del intelecto como el arma mas prodigiosa jamas desarrollada. Y es que al dominar el fuego, ya protegidos por fin de nuestros depredadores, hace millones de años, frente a una fogata, comenzo el hombre a pensar, a soñar, a crear. Ahi comenzo el camino que nos ha llevado -para bien o para mal- a donde estamos.
La proxima vez que miren la inmensidad melancolica y majestuosa del mar o el calido y tranqulilizante crepitar del fuego, preguntense donde estan y donde estaban milenios atras, es una leccion de humildad que todos deberiamos aprender.