Últimamente me he soñado frente a una puerta de salida. Detrás de la puerta se escucha un murmullo. A veces es como un zumbido; como un televisor sin señal a todo volumen. Otras veces se escucha como si un grupo de personas discutiera en una fiesta.
La curiosidad me gana y me acerco despacio. Cuando estoy a pocos pasos para extender la mano, alcanzar la perilla y girarla, algo -o alguien- golpea la puerta por el otro lado. El golpe hace retumbar las paredes del pasillo, mi cabeza y la tubería que sale del techo se parte a la mitad. Entonces, despierto.
Nunca me ha interesado encontrarle un significado a mis sueños. Ni siquiera cuando alguno de ellos ha sido premonitorio, o algo parecido a eso. Siempre he creído que los sueños son el intermedio de la vida. O que la vida es el intermedio de los sueños. Ya ni sé. Lo que sí me gustaría es tener sueños más reales y una realidad que me dé menos sueño.
Hablar de sueños a veces me entristece, por aquello de tener sueños que no se hacen realidad y realidades que nunca surgieron de sueños. Me entristece saber que muchos sueños se quedan en sueños y que la realidad se puede convertir muy fácil en pesadilla.
Hoy que desperté recordé haber soñado otra vez con la puerta de salida que siempre alguien golpean por el otro lado. Me quité las sábanas de encima, me puse de pie y escuché al viento soplar con fuerza afuera de la ventana. Una ráfaga debió haberse colado por alguna abertura, pues la puerta del cuarto retumbó cuando mi mano estaba a unos centímetros de la perilla.