Jamás me han incomodado los silencios largos, sin embargo, lo rompiste.
-Siempre tienes la mirada perdida… Quién sabe en dónde…. Y no es reproche, te lo juro; nada más quisiera que algún día me dijeras en qué estás pensando… que algún día pudieras llevarme ahí… donde estás tan a gusto sin nadie… sin mí.
Recuperé el sentido. Tus palabras me jalaron y metieron de golpe en la realidad de aquella noche serena. Te abracé.
Y sí, lo acepto: andaba vagando por ahí. Remando en un pantano de Oaxaca. Dormido en el vagón de un tren que cruza la sierra nevada de Chihuahua. Caminando descalzo por una playa limpia y llena de conchas. Arrastrando maletas en un hostal con pasillos a media luz en Brujas. En el elevador de la torre Eiffel. En un callejón empedrado con bicicletas por todos lados en Ámsterdam. Haciéndome entender con un nigeriano en un andén de trenes en Londres. Descifrando el mapa de un zoológico para encontrar la jaula de los leopardos de las nieves. En un avión de regreso con barba de 15 días y los bolsillos vacíos. Cenando en los tacos más ricos y más baratos del mundo. Perdido en el fondo de una cacerola con agua hirviendo y pasta. En un juego de Scrabble. En una mesa puesta para cenar, con galletas saladas, atún con chile, tomate y cebolla y vino espumoso de ése que a nadie le gusta.
-Por favor no vuelvas a decirme que estoy en un lugar tan a gusto sin ti –respondí.