Lentamente

Ahora que el poder ha desaparecido, ¿quién soy? ¿Cómo me defino a mí mismo ahora? He perdido un aspecto especial de mi persona, mi poder, mi herida, la razón de mi aislamiento. Todo lo que me queda ahora es el recuerdo de haber sido distinto. Las cicatrices. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Ahora que la diferencia no existe y sigo estando aquí, ¿cómo me relaciono con la humanidad? El murió. Yo sigo viviendo. ¡Qué cosa tan extraña me has hecho, Dios! Espero que comprendas que no me estoy quejando, me limito a hacer preguntas, con un tono de voz tranquilo y razonable. Estoy tratando de comprender la naturaleza de la justicia divina. Creo que el viejo arpista de Goethe estaba en lo cierto con respecto a ti, Dios. Nos has conducido a la vida, has dejado que el pobre hombre cayera en el pecado, y luego le has abandonado en su desgracia. Porque todo pecado es vengado en la Tierra. Es una queja razonable. Tú tienes el sumo poder, Dios, pero te niegas a tener la suma responsabilidad. ¿Eso es justo? Creo que yo también tengo una queja razonable. Si hay justicia, ¿por qué tantas cosas de la vida parecen injustas? Si realmente estás de nuestro lado, Dios, ¿por qué nos entregas una vida de dolor? ¿Dónde está la justicia para la criatura que nace sin ojos? ¿La que nace con dos cabezas? ¿La que nace con un poder que se suponía que no debían tener los hombres? Sólo estoy preguntando, Dios. Acepto tu mandato, créeme, me inclino ante tu voluntad, porque da lo mismo: (después de todo, ¿qué alternativa tengo?) pero, aun así, tengo derecho a preguntar, ¿no es así?

Oye, ¿Dios? ¿Dios? ¿Me estás escuchando, Dios?

Creo que no. Creo que te importa un bledo. Dios, creo que me has estado tomando el pelo.

Dos años han pasado y aun a veces trato de definirme después de aquello, de perder todo aquello. ¿Qué quedó de mí? ¿Qué quedó de lo que fui? Sí, recuerdo haber sido distinto. Recuerdo la diferencia. Y no me sirve de mucho.

Desde entonces, cada cierto tiempo me repetía lo mismo: Basta, fue suficiente. No más. Pero aún así al final me decía: Está bien, una vez más.

Pero en el fondo –lo sé, creo que siempre lo he sabido- no sirve de nada; el daño está hecho. Soy funcional, pero ya no funciono.

Que así sea.

Ahora hay un gran silencio.

Afuera el mundo es blanco, adentro gris. Lo acepto. Pienso que la vida será más apacible. El silencio se convertirá en mi lengua materna. Habrá descubrimientos y revelaciones, pero ningún trastorno. Es posible que más adelante el mundo vuelva a tener algo de color para mí.