punto final.

Ya llegó, ya llegó…es el Fin, al final, es el Fin, nuestra Muerte. Eskorbuto

Anticipo el final, dispongo mi ánimo para el cataclismo mientras aguardo a que acaben de abrirse las puertas del Infierno. La oscuridad es tempranera y los fantasmas salen a la superficie. Camino por el hielo como los personajes de Profundidades. Abajo aguarda el abismo, los monstruos dormidos, nuestro Apocalipsis de cada tarde.

(Aquí arriban muchas esperanzas y se acaban por disolver, aquí todo es efímero, desechable y lo peor es que no se recicla, ni siquiera se biodegrada, se queda ahí, contaminando la tierra, chupando sangre como una garrapata, negándose a dejar de existir, depredando cuanto se mueve a su alrededor).

Por ahora estoy feliz. Mi felicidad es una niña en patines de hielo deslizándose a toda velocidad por una delgada superficie a punto de romperse. Bajo el hielo hay un abismo sin fondo poblado de monstruos (ahí debe habitar el monstruo de la taza del baño por cierto) Pero en este momento la niña está patinando como si nada. Si la capa de hielo es gruesa o está a punto de derretirse es cosa que le tiene sin cuidado. Hoy estoy patinando, mañana quién sabe. No hay que buscarle muchos misterios donde no los hay.

Como el asesino vuelve siempre a la escena del crimen y el salmón a contracorriente retorna a desovar al estanque de origen, uno siempre acaba por volver a ese abrevadero inacabable de letras desparramadas.

En el efímero texto de la vida, redactamos con exceso de comas, puntos suspensivos, a veces punto y seguido. Muy de vez en cuando colocamos ese punto y aparte que pone fin al párrafo e inicia otro. El punto final, en cambio, es un signo inutilizado. Rara, muy rara vez ponemos punto final.


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