Siempre me ha parecido absurdo pensar en el alma como una energía que nos da vida; por lo tanto, no creo que el alma sea un cuerpo etéreo que, al morir el cuerpo físico, queda vagando como bruma entre nosotros, en busca de otro cuerpo donde residir.
Tampoco me trago el cuento del limbo, ni de que los espíritus se aparecen a la medianoche porque "dejaron algo pendiente" en el plano material y "no pueden descansar"; y si estoy equivocado: ¡que vengan los fantasmas de mis ancestros a demostrarme lo contrario!
Pero si de creer en almas se trata, yo más bien creería que nos vamos forjando una en el tiempo que tenemos de vida, pues sí creo que nuestro cuerpo tiene una contraparte: no mística ni mágica, sino intangible; pero no por eso insensible. ¿Me explico? Hablo de una contraparte que vamos descubriendo por medio de las experiencias, los sentidos y la razón; y a la que en vez de "alma", me gusta llamar "verdad", "inteligencia", "conocimiento", "iluminación", "libertad", "ser mejor ser humano" o "ser congruente en el actuar y en el pensar".
Algunos creen descubrir esa contraparte a través de la fe, pero a mí eso me parece más como un lavado de cerebro que nos provoca complejos y alucinaciones, alejándonos de nuestra esencia; de ese núcleo que no trabaja con sensaciones aprendidas, sino espontáneas; ni con lugares comunes, sino descubiertos por uno mismo.
Si desde niños somos moldeados por nuestros padres, maestros, sociedad y medios de comunicación para ser un engrane que encaje a la perfección en el mundo material, también creo que hay cosas que nos moldean para cuestionarlo y enterarnos que hay un mundo incorpóreo en el que la imaginación vuela y los sentidos van más allá de lo que nos han puesto enfrente; un mundo que debe ser alimentando, pues es ahí en donde se cimienta lo que conocemos como "alma".
¿Que qué creo que sucede al morir con esta alma que nos forjamos? Nada. No creo que quede flotando como bruma, buscando otro cuerpo donde meterse. Quizás sea nuestro recuerdo el que queda revoloteando en el aire, pero no un cuerpo etéreo. Lo que sí creo es que en vida compartimos fragmentos de esta alma que nunca terminamos de construir, ayudando a otros a erigir la propia.
El alma es un corto circuito; la chispa que brota cuando se nos bota un tornillo.
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