Nuestro aliento era una fábrica de nubes que se disipaban entre las calles empedradas de un país que nunca imaginamos conocer.
-¿Sabes hacia donde vamos? -preguntó.
-No... No le entiendo ni madres a este mapa.
Me arrebató el plano que se agitaba con el viento entre mis manos, lo hizo bola y lo depositó en el contenedor de basura a un lado de la parada del tranvía.
-¿No te gusta sentirte perdido y en el fondo saber que siempre habrá un camino?
Caminamos sin rumbo, tomados de la mano, por las calles empedradas de un país que nunca -ni en sueños- imaginamos conocer.
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