Soñé que viajaba por carretera bordeando las costas de Alaska. Detenía la marcha, bajaba del coche y me sentaba sobre las piedras oscuras de la playa a contemplar el oleaje. Una familia de narvales salía a respirar muy cerca de donde estaba. Bufaban y rociaban agua al viento. Hacían piruetas, esgrimían sus cuernos y se alejaban. La brisa helada y el salitre envolvían mi rostro. Una aurora boreal revestía el cielo nublado. Rojos, verdes, morados y amarillos destellaban ante mis ojos, hasta disolverse en la oscuridad.
Luego, desperté.
En el desayuno me preguntaste qué había soñado. Siempre te han interesado los sueños y sus interpretaciones.
-No me acuerdo –mentí.
Serviste café en una taza y vertiste el agua de papaya de la licuadora en un vaso. Bebimos al mismo tiempo. Me miraste con sospecha.
-Qué raro… Tú siempre te acuerdas de lo que sueñas.
En efecto. Siempre me acuerdo de mis sueños. Simplemente no quiero que sepas que, algunas veces, sueño cosas hermosas que no son tu, ustedes...
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