Cada que alguien se pregunta qué hace una persona con otra, supongo es porque ellos saben muy bien la razón por la que están con alguien cuando están con alguien.
¿Cuántas veces no hemos escuchado o dicho las típicas -y a veces prejuiciosas- frases: "¿Qué hace esa chava tan guapa con ese hombre tan feo?", o: "¿Qué hace ese güey tan buen pedo con esa vieja tan sangrona?", o: "¿Qué hace ese patán con esa chica tan trabajadora?"? Y a veces nosotros mismos nos respondemos: "Pues sus motivos tendrán...".
Posiblemente exista un interés por parte de alguno, una atracción física intensa, una zona de confort, miedo a estar solos, alguna dependencia física, económica, psicológica, emocional o fines meramente reproductivos. Qué sé yo. Lo que sí creo es que estar con alguien a veces "va más allá", y ese "va más allá" está lejos del entendimiento de muchos.
Nos han "enseñado" que para estar con alguien debe haber ciertas reglas sociales, culturales o naturales: el guapo con la guapa, el feo con la fea, el mayor con la menor (pero no taaan menor), el rico con la pobre bonita, la rica con el rico guapo o el millonario feo y viejo o el pobre guapo y con labia. La cosa es que siempre tenemos que buscarle un razón a esa unión. Queremos creer que para estar con alguien debe haber un tipo de acuerdo, reglamento, tratado, convenio, negociación, camino, meta en común u objetivo en particular; y que eso del amor puede sonar muy bonito, pero como que no aplica, y hay que dejar de lado el romanticismo y la cursilería, pues aquí no caben, y algo tan sencillo como querer disfrutar la compañía de alguien en especial no es razón suficiente para estar siempre a su lado. Y sí, ok, "la vida real" nos ha mostrado que casi siempre es así, snif.
Y al tocar este tema me acuerdo de una pareja en particular. La conocí durante el período en que trabajé en seguridad pública. Eran casi indigentes. Vivían en una casa de techo de lámina y parches con tablones de madera. El hombre estaba desempleado (a veces hacía trabajos de albañilería) y lo detenían a cada rato por faltas administrativas: orinar en vía pública o andar intoxicado. A veces caía también por robar cocacolas y frituras de las tienditas del rededor. Una vez robó en una Bodega Aurrera no recuerdo qué, pero el gerente no quiso proceder. Se le dieron 24 horas de arresto, como todas las veces anteriores, y salió al cumplirlas.
Su mujer siempre iba por él. No pagaba la multa porque no tenía dinero, pero ahí lo esperaba afuera de las instalaciones de la policía, sentada en la banqueta. A veces le llevaba tacos. Cuando se los entregaba, me preguntaba por ella. Me decía que si estaba ahí afuera. Le decía que sí. Me pedía que le dijera de su parte que la amaba.
A veces la mujer se hacía encerrar con él. Manoteaba con los policías a propósito para que a ella también la detuvieran. Los encerraban separados y se gritaban de celda a celda toda la noche. Una vez el hombre se agarró a golpes con otro detenido que le estaba gritando insultos a la chica. Les dieron 12 horas más de arresto a ambos por mala conducta. La mujer salió primero. Al firmar su boleta de pertenencias (traía sólo una liga para el cabello y dos agujetas), nos pidió algunas monedas a mí y a unos polis para ir por unos tacos para su pareja. Me los entregó, se los entregué al detenido y lo esperó afuera, sentada en la banqueta, como de costumbre. Me llamaba la atención que siempre estaban como que desconectados; como que "muy metidos en su pedo", por decirlo de alguna manera. Y no porque a veces anduvieran intoxicados con tolueno. Era algo raro. Una conexión/desconexión difícil de explicar.
Cuando abría el portón para que el hombre saliera, alcanzaba a ver a lo lejos cómo ella se ponía de pie de un brinco y se le dibujaba de lado a lado una sonrisa. Se abrazaban, sacaba un refresco de 500 ml. de una mochila verde con el logo del PVEM, se lo daba, se tomaban de la mano y se iban. La chica parecía contarle mil cosas entusiasmada mientras él bebía de la botella de plástico y caminaban calle abajo. Yo veía sus siluetas alejándose con el sol de frente.
La última vez que los vi, el tipo cayó por robo con violencia. La mujer fue a buscarlo, como siempre. Habló con la juez. Ésta le dijo que lo iban a trasladar al penal; que posiblemente no saldría pronto. La mujer se quebró y empezó a gritar que no se lo llevaran. "¡¿Qué voy a hacer sin él?!", decía. Un policía se quiso hacer el gracioso y le dijo: "¿Qué vas a hacer? Pues conseguirte otro güey que sí sirva pa´algo, mija". La chica lo ignoró y siguió gritando que no se lo llevaran.
Con el tiempo aprendí a diferenciar entre quienes hacían teatro por llamar la atención o salvarse del arresto y a quienes eran sinceros. Los que hacían teatro se aventaban al suelo, se golpeaban la cabeza y fingían desmayos o ataques para que llamaran al doctor. La chica simplemente lloraba desconsolada, con un sentimiento tan profundo que le arrebataba el aire.
Me pareció desgarrador ver cómo dos personas que uno supone no tienen nada que ofrecerse, tuvieran esa conexión que pocas parejas tienen. Ellos eran todo lo que tenían para ofrecerse a ellos mismos. Antes de ser trasladado, el hombre me preguntó detrás de la celda si su mujer estaba ahí. "Sí, como siempre", le dije. Se hizo un ovillo en el rincón y se puso a llorar.
Su mujer siempre iba por él. No pagaba la multa porque no tenía dinero, pero ahí lo esperaba afuera de las instalaciones de la policía, sentada en la banqueta. A veces le llevaba tacos. Cuando se los entregaba, me preguntaba por ella. Me decía que si estaba ahí afuera. Le decía que sí. Me pedía que le dijera de su parte que la amaba.
A veces la mujer se hacía encerrar con él. Manoteaba con los policías a propósito para que a ella también la detuvieran. Los encerraban separados y se gritaban de celda a celda toda la noche. Una vez el hombre se agarró a golpes con otro detenido que le estaba gritando insultos a la chica. Les dieron 12 horas más de arresto a ambos por mala conducta. La mujer salió primero. Al firmar su boleta de pertenencias (traía sólo una liga para el cabello y dos agujetas), nos pidió algunas monedas a mí y a unos polis para ir por unos tacos para su pareja. Me los entregó, se los entregué al detenido y lo esperó afuera, sentada en la banqueta, como de costumbre. Me llamaba la atención que siempre estaban como que desconectados; como que "muy metidos en su pedo", por decirlo de alguna manera. Y no porque a veces anduvieran intoxicados con tolueno. Era algo raro. Una conexión/desconexión difícil de explicar.
Cuando abría el portón para que el hombre saliera, alcanzaba a ver a lo lejos cómo ella se ponía de pie de un brinco y se le dibujaba de lado a lado una sonrisa. Se abrazaban, sacaba un refresco de 500 ml. de una mochila verde con el logo del PVEM, se lo daba, se tomaban de la mano y se iban. La chica parecía contarle mil cosas entusiasmada mientras él bebía de la botella de plástico y caminaban calle abajo. Yo veía sus siluetas alejándose con el sol de frente.
La última vez que los vi, el tipo cayó por robo con violencia. La mujer fue a buscarlo, como siempre. Habló con la juez. Ésta le dijo que lo iban a trasladar al penal; que posiblemente no saldría pronto. La mujer se quebró y empezó a gritar que no se lo llevaran. "¡¿Qué voy a hacer sin él?!", decía. Un policía se quiso hacer el gracioso y le dijo: "¿Qué vas a hacer? Pues conseguirte otro güey que sí sirva pa´algo, mija". La chica lo ignoró y siguió gritando que no se lo llevaran.
Con el tiempo aprendí a diferenciar entre quienes hacían teatro por llamar la atención o salvarse del arresto y a quienes eran sinceros. Los que hacían teatro se aventaban al suelo, se golpeaban la cabeza y fingían desmayos o ataques para que llamaran al doctor. La chica simplemente lloraba desconsolada, con un sentimiento tan profundo que le arrebataba el aire.
Me pareció desgarrador ver cómo dos personas que uno supone no tienen nada que ofrecerse, tuvieran esa conexión que pocas parejas tienen. Ellos eran todo lo que tenían para ofrecerse a ellos mismos. Antes de ser trasladado, el hombre me preguntó detrás de la celda si su mujer estaba ahí. "Sí, como siempre", le dije. Se hizo un ovillo en el rincón y se puso a llorar.
Esas imágenes me quitaron el sueño varias veces. Muchas noches me quedé pensando en ello y en toda esa gente que cree tener muchas cosas para ofrecer y ni así llega a tener ese grado de conexión que vi en esta pareja. El amor en la miseria existe y es desgarrador porque parece ser más honesto, pues -aunque suene cursi y trillado- se está con alguien por lo que es, no por lo que posee. Y para muchas personas, eso va más allá de su entendimiento y de su sentir.
by: guffo caballero
No hay comentarios:
Publicar un comentario