La verdad no sé qué fue primero: si la luz o la oscuridad, si la noche o la mañana. Ignoro lo qué diga la Biblia y sus cuentos fantásticos, o la ciencia y los científicos acerca de esto, pero es seguro que uno tuvo que haber existido primero, así como el chiste del huevo y la gallina. Pero bueno, eso no importa, porque ninguno de los dos me es tan interesante como el término medio: ni el día ni la noche, ni la luz ni la completa penumbra, sino lo que viene antes de encender y apagar las luces del universo.
A mi lo que más me gusta es antes de que el sol salga por completo y antes de que todo se torne negro, como cuando despierto y la luz del sol es tenue y se debilita como la cabeza de un cerillo extinguiéndose y entre las sábanas de mi cama todavía se esconden 10 minutos para recordar y seguir soñando lo que quiero ser realmente. Me gusta el momento del día en que esa inmensa mandarina incandescente se resguarda tras las montañas y los valles o se sumerge en lontananzas oceánicas; pero también cuando apenas comienza a emerger de ellas y lanza advertencias y luces ciegas y flojas sobre el mundo. Cuando hay que abrir las cortinas del cuarto para que entren completas las ráfagas de luz que buscan centellear sobre un espejo o sobre el piso recién trapeado. Me gusta cuando los atardeceres son rojos y los amaneceres rosas, cuando las sombras de los árboles en la calle se mueven como manecillas de reloj a la par del sol que brota y cuando esas mismas sombras frondosas se van despintando del pavimento al mismo tiempo que el astro rey se empieza a borrar. Quién dice que no existe un término medio entre la luz y la oscuridad; claro que existe: se llaman atardeceres y amaneceres. Uno da vida a la luz y el otro la prepara para su muerte.Por eso todo en esta vida es tan simple, porque encender y apagar las luces del universo consiste en cerrar y abrir los ojos: si los abro y sigues a mi lado, significa que el mundo no terminó en una guerra mundial… si los cierro estando a tu lado, no me va a importar si se termina… si nunca abro los ojos, pues me vale madre, siempre y cuando esté contigo.
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