Lo mejor de viajar en avión es ir en el asiento de lado de la ventana. A través de la ventanilla el mundo es una frágil maqueta que se destroza con un coletazo de Godzilla o se barre de un estornudo de cualquier dios. Es como tener el punto de vista de un ave, un relámpago o una gota de lluvia. Aunque debo admitir que a esas alturas es algo decepcionante comprobar que las nubes no se pueden tocar y que los muertos no están en el cielo. Ya lo comprobé cuando he volado, porque el avión atraviesa nubezotas y no veo nada de eso que dicen que hay en el cielo. O tal vez en aquella nube dorada que se ve a la distancia las cosas sean como dicen que son y haya ángeles con aureolas, abuelitos y John Lennon. Sólo el océano no pierde sus dimensiones cuando se ve desde estas alturas; sigue imponente. En tierra uno voltea para arriba añorando la misteriosa infinitud del cielo; pero en el aire, uno voltea para abajo cuestionándose la profundidad del mar. Pero lo más interesante de ir viendo por la diminuta ventanilla, no son las sierras, ni las playas, ni las pistas de aterrizaje clandestinas en los poblados olvidados; me doy cuenta de que tú eres omnipresente… al menos en mi pensamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario