Y de pronto sentí sobre mí una sombra, una sensación de desasosiego. Algo oculto, algo primordial se apoderó de mí y me llenó de la angustia irracional de aquel que sabe que ahí se encuentra la respuesta a todo. Aún sin saber lo que era, sin saber de donde procedía aquel pesar, mi alma se llenó de dudas. Deseaba escapar, pero algo me lo impedía; tratar de pensar en ello me llenaba de confusión, como si ello quisiera evitar que me alejara y al mismo tiempo, no dejarme tampoco adivinar su naturaleza. Así, en ese estado de frustración, pasaron largas horas, aún cuando el concepto de tiempo parecía haber pedido sentido para mí.
Salí y miré a mí alrededor. El cielo era una sucia mancha escurrida y siniestra que parecía destilar maldad. Nubarrones pegajosos y veteados de negro rebozaban de pesar. Aquel cielo espantoso se fundía en el horizonte con una tierra yerma y seca, abandonada desde hacía incontables eones. No podía ver nada más a lo lejos; daba la impresión de haber sido abandonada en una época primigenia, cuando ninguna de las cosas que conocemos o creemos conocer existían; cuando aun éramos una esbozo en los abismos transplutonicos...
El viento -o lo que parecía serlo- traía voces lejanas en lenguajes prohibidos; susurros que contaban secretos inconmensurables, verdades que no debían ser escuchadas por hombre alguno...y fue entonces cuando lo vi.
No sabría decir si primero lo vi o lo sentí, pero desee con todas mis fuerzas que un dulce y piadoso desvanecimiento se apoderara de mí, pero no fue así y tuve que ver, oír y sentir algo que me dejo al borde de la locura.
De entre las nubes surgió -o reptó, o nació, no lo sé-, una cosa que ninguna imaginación hubiera podido concebir. Algo inenarrable, susurrante, del que aún sin poseer algún rasgo específico, podía yo percibir un torrente incontrolable, inmenso y pavoroso de maldad. Pero no era una maldad como nuestros pobres cerebros pueden concebir, no; esta era la esencia total, completa; como si el conjunto eterno de desdicha, dolor y pesar se sumaran en una sola entidad. El ser sin ojos me miró y pude sentir, de golpe, su pensamiento dentro de mi cabeza. Yo me aferraba como un naufrago a la poca cordura que me quedaba; me sentí lleno de todos los pensamientos del universo; el conocimiento de toda la eternidad explotó dentro de mí, y en un solo instante pude comprender todo. Me llenó de horror conocer la verdad, algo tan impensable, tan espantoso que en ese momento sentí romperse algo dentro de mí.
Desde entonces vivo sin vivir y vago por el eterno espacio. Mi mente se fundió con la del ser, mi alma se unió con el Caos primigenio y puedo ser todo sin ser nada. Es por eso que aún ahora puedo estremecerme de horror al recordar lo que ocurrió aquel día, cuando aquella cosa bajo del cielo; porque al verla, lo único que hice fue verme a los ojos, porque ese ser, esa abominación, era yo.
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