Una sola noche

 Fue hace muchos años. La había conocido hacía poco y después de mucho trabajo de auto convencimiento, me animé y un viernes la invité a un pequeño café dentro de una vieja casona. Las mesas eran de madera y estaban en penumbra, sólo eran iluminadas por una pequeña vela en dentro de un vaso de cristal de colores. Al fondo, un tipo rasgaba suavemente una guitarra. El mesero nos sugirió unos cuantos vinos, pero yo no tenía idea si ella tomaba o no, así que mejor pedí la carta y le enumeré los platillos para que escogiera algo. Ella decía que no a todo y al final sólo pidió un café. Yo no supe que hacer y también ordene uno, aunque no acostumbraba tomarlo. Mis planes para una cena romántica se fueron al carajo en ese momento. Toda la noche intente acercarme, pero no pude hacerlo; físicamente ella estaba ahí, pero emocionalmente estaba lejísimos. Ahí sentado, sin saber que decir o que hacer para lograr conectar, nunca solté la carta del menú. Le di vueltas en mis manos toda la noche y la releí docenas de veces mientras intentaba alcanzar a una persona que nunca había estado a mi alcance. La noche terminó en solitario.


Hasta la fecha, recuerdo casi todos los platillos y bebidas del menú de aquel pequeño café metido en una vieja casona; de ella recuerdo su nombre, pero no su rostro.



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