nada me apasiona

Me preocupa que a mi edad nada me apasione. Es como ese cliché de no saber qué se quiere en la vida, pero elevado a la chingomil potencia. Será que “pasión” me parece una palabra muy grande. O tal vez a la palabra yo le quedo muy corto, snif.

Puedo mencionar cosas que disfruto mucho hacer –dibujar, escribir, cocinar, tomar fotos, leer, viajar, comer, amar-, pero acepto con algo de vergüenza que no puedo afirmar que me apasionen. Si algo me apasionara, no fuera tan tibio con mi actitud. Haría las cosas a pesar de las carencias, adversidades, recompensas o circunstancias, y no pararía de hacerlas.

A veces dibujo y a veces no. A veces escribo y a veces no. A veces quiero hacer cosas nuevas o materializar planes, pero de un día para otro se me quitan las ganas. En situaciones como éstas lo más fácil sería echarle la culpa a “las musas”, por no traerme inspiración; pero creo que lo más honroso es asumir mi incapacidad para apasionarme por algo. Podría también decir que de todo lo que me rodea no existe algo tan extraordinario como para que la semilla de la pasión germine en mí, pero sonaría estúpidamente arrogante. O como si estuviera muerto por dentro. 

Quiero pensar que la pasión es algo intermitente, como la felicidad y otros sentimientos. Pero no apasionarme ni con las cosas que me gustan me empina los ánimos. Me siento derrumbado por mí mismo. Es como darme un golpe a traición por la espalda; como si no me conociera y tuviera que sumergirme otra vez en lo más profundo de mis aguas para ver qué pedo conmigo. Es buscar otra vez el camino y hacerme las mismas preguntas que creí haberme respondido; encontrar las mismas respuestas o encontrar una nueva, contundente, y no aceptarla: no aceptar el simple hecho de que nada de lo que hago me apasiona. 

Pudiera ser que creo conocerme y no me conozco del todo. Que todavía hay algunas capas gruesas en mi interior que no he logrado penetrar. O pudiera ser que me conozco y no me gusta lo que soy; o que me conozco tan bien que sé cómo funciona todo, pues, al conocerme, sé de dónde vengo, de qué soy parte y hacia dónde voy, y por eso nada importa y todo pierde sentido y sin sentido no puede haber pasión. Conocer los rincones de uno mismo es saber que todo volverá al origen, el eterno retorno; el uróboros: la serpiente que se come su propia cola representando el esfuerzo inútil que marca el comienzo de otro ciclo a pesar de todo lo que hagamos por impedirlo o cambiarlo. La futilidad devora a la pasión, pero a mí me gustaría que la despertara.

Pero bueno… Espero que algo de todo lo que hago les sirva, a pesar de la ausencia de pasión con la que a veces hago las cosas que me gustan. Espero que encuentren entre líneas esa pasión que yo no veo en mí y que pudiera estar debajo de todas esas capas internas que me falta penetrar. Espero que escritos como éste inspiren al menos a alguien a no sentirse o ser como yo, que por el momento se declara incompetente para sentir pasión por algo o alguien, Espero encontrarla, obviamente; pero si ella me encuentra primero, qué mejor. Convertirme en la pasión ajena que despierte la propia y así dejar de pensar que es un sentimiento intermitente. 

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