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Cuando alguien lee un blog espera hallar algo del autor en el. Los súbitos dotes psicoanalistas que le nacen a muchísimos les hace creer que pueden encontrar al autor en la variopinta de reflexiones, necedades o estupideces que leen.

Lo peor es que la mayoría de las veces, efectivamente, lees un blog implica hallarse con rasgos de su creador, quien probablemente jamás ha leido a Barthes y desconozca la urgente necesidad de asesinar al autor.

Al final, el asunto deviene en complicidad, y tanto autor como lector se complacen mutuamente: el primero se ofrece hasta donde su capacidad de redacción se lo permite, y el segundo se alegra de hallar las piezas o los enormes trozos que su juicio - corto, escolastico o clínico - le proporciona, sin importar el método que haya utilizado. Soy de los que dudan muchísimo de la capacidad de un lector lo suficientemente arrogante como para suponer que debe encontrar al autor, como si estuviera contemplando un libro de Where is Waldo?

Sin embargo, al final creo que la responsabilidad misma es del autor. Alguien que olvida la urgencia de otros temas, que descuida la posibilidad de utilizar lo que escribe en favor de consideraciones más relevantes que sus miasmas personales, definitivamente debería comprarse un diario y ponerle candado. Es imposible, y lo reconozco, no vertir un poco de si en lo que se escribe, pero dedicarse reflexiones públicas es infinítamente cursi.

Por supuesto, reconozco que se trata de un proceso natural. Yo mismo lo he hecho, y he dedicado azotajes completos a contemplaciones y divagaciones personales de poquísima monta. Creo que todos los que escriben descubren que el yo es también un medio para reflexionar sobre otras cosas, y no el fin mismo de nuestras iluminaciones. Es imposible evitarse al escribir; uno termina siempre recurriendo al yo, pues la escritura y la ficción son actos bastantes solipsistas que utilizan al autor como elemento de sus contenidos. El propósito final de la escritura debería evitar el yo, o motivarlo a métodos lúdicos que provoquen ser, precisamente, todo aquello que el autor no puede, no pudo o no podrá ser.

Lo que uno es, hay que reconocerlo, es definitivamente tan preciso - o tan impreciso - que se vuelve aburrido y rutinario. Es como llegar a casa y no tener nada que platicarle a la pareja más que las amarguras o sucesos cotidianos del trabajo.

Ahora bien, voy hablar de mi, y quiero que por favor, mis tres lectores concluyan algo y me lo compartan en los comentarios:

No soy lo que quise ser: nunca imaginé ser lo que ahora soy, y me hubiera gustado no ser lo que fuí. Al final de cuentas, muchas veces tampoco soy yo, y cotidianamente, mi ser habita un espacio reducido, a donde pocas personas tienen disposición y paciencia de llegar.

Si alguien me hubiera dicho que sería lo que ahora soy, no lo creería, como tampoco puedo creer que fui lo que era antes. Soy inverosímil incluso para mi, y quienes me conocen, no le creerian a otros lo que pueden decir de mi, o visceversa.

Y así, mi yo tiende a ser difuso, confuso y polifacético, como casi todos los seres existentes, que cohabitamos en la más grande de las malinterpretaciones, donde todos percibimos errores, equivocaciones o tergiversaciones de otros, aun cuando tuvieran la intención completa y llana de desnudarse frente al mundo. El ser se pierde en la interpretación, y ésta puede ser, muchas veces, el ser mismo, el yo plenipotenciario de la esencia humana.

Jamás yo, por que es más divertido no ser uno mismo, si no todas sus posibilidades. Si el dios cristiano, esa ironía inventada por los judios en un ataque de miedo, se da el lujo de ser tres personas, ¿quien carajos debe impedirnos ser otra cosa siempre, just for the fun of it?




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