Ese pozo

 Noto algo raro al tirarme a huevonear en la cama. Ese pozo que se estaba formando en el lado izquierdo está desapareciendo. Ahora más bien parece un perfecto desierto sin dunas; plano y desolado, sin nada interesante que ver a la redonda. 

Desde el lado derecho de la cama, reposando mi cabeza sobre una montaña de tres almohadas, contemplo la lontananza del colchón, esperando que en su horizonte de sábanas negras salga tu rostro, como lo haría el sol en el filo del océano que corta el horizonte de esta esfera de planeta.

 El hueco que formaba tu cuerpo está desapareciendo, mi mano no me engaña: acaricia delicadamente tu espacio y ya no está esa abolladura sobre el colchón que llenabas tú.

 A veces pongo las almohadas de ese lado -del izquierdo- e imagino tontamente tu cara y me dan ganas de besar toda la noche a las almohadas, jaja. 

A veces me pongo de ese lado -tu lado- y acaricio la curvatura que ha dejado mi peso en el edredón, imaginando que es la tuya y que vendrás a llenarla otra vez.

 Mis ronquidos ya no tienen coro de acompañamiento ni compás ni tono. 

El sonido del ventilador me arrulla, pero no es lo mismo que tus ronquidos, aunque digas que no roncas y te reías cuando te lo decía de madreada.

 No es lo mismo tener calor en las noches durmiendo sólo, que a tu lado.

 Me gustaba perder el sueño contemplándote en la hora menos imaginada de la madrugada, sin que te dieras cuenta.

 Me acuerdo que una vez te despertaste como a eso de las cinco y te asustaste porque yo te estaba mirando fijamente, jaja, como un loquito o un depravado, jaja. Pero cómo evitarlo.

 Me gustaba no poder dormir porque mis ojos se negaban a cerrarse porque no llenaban de tanto verte ni de tanta belleza

. Eso sí, esperando siempre que la luz de la mañana nos revitalizara para empezar el día amando; amor a primera hora del día, mientras todo el mundo se preocupaba por las noticias del noticiero de las 8:00 y el tráfico vehicular para ir al trabajo.

 Pero ya la cama es un desierto, y las temperaturas de esta ciudad hacen que me lo crea. Vuelvo a mi lado derecho de la cama y acuesto mi cabeza sobre las tres almohadas.

 El lado donde ibas tú es como una de esas carreteras por donde no pasa nadie, como la zona del silencio o donde se aparece el chupacabras.

 Veo el horizonte de sábanas negras, que se ve lejanísimo a pesar de ser una cama matrimonial, y tu rostro no emerge por ningún lado, como lo haría el sol en el filo donde se corta el mar y el cielo.


Este es un pequeño homenaje a ..., por todas esas veces que la hice enojar sin querer con todas las pendejadas que escribo en este mugrero de blog. 

También es un agradecmiento por ser ella la culpable de un chingo de días felices, por los viajes espirituales y físicos, los aprendizajes, los colores y olores que agregó a mi vida y por engrandecer y enriquecer mi universo.
 
Por las emociones y sensaciones nuevas, por no haberme dado abasto con tanto cariño, por mutar mi corazón y aparecer como seis más en mi pecho (y todos para ella) y, sobre todo, por comprobar que el amor sí existe y no es un mito.

Nos vemos...



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