Me gustaría decir que todo comenzó con una mirada, pero no es verdad. Aunque sirviera para el romanticismo, no le haría ningún favor a la verdad, que aunque más simple, no deja de tener su propio encanto. En realidad no sé como empezó; supongo que de la misma forma en que comienzan estas cosas: con un gradual reconocimiento, la discreta realización de tu presencia, tu constante presencia. Fue la contemplación paulatina, el pasar de un saludo casual al cruzarnos por un pasillo al rápido beso en la mejilla hasta el detenerse por un par de minutos para conversar con cualquier pretexto para encubrir el verdadero pretexto: saborear tu olor dulzón por las mañanas. Después vinieron los correos diarios, los mensajes al celular y las conversaciones de madrugada por Messenger. Un hecho siguiendo a otro con la precisión de un reloj. Luego las salidas a tomar café –aun detestándolo-; las cenas hasta tarde en aquel restaurante claustrofóbico cerca de tu casa. Los fines de semana arrastrando los pies tras de ti por las calles atestadas de baratijas, mientras comprabas una increíble cantidad de porquerías a las que llamabas “artesanías” y que compulsivamente ordenabas en las docenas de repisas de su casa. Aunque yo refunfuñaba como caballo de tiro, en el fondo disfrutaba enormemente tus obsesiones. Vino la primera vez que me quedé en tu casa, en tu cama, rodeado por cientos de aquellas baratijas, rodeado por tus besos, por tus caderas. Y la primera vez que me fui de tu casa sólo para regresar un par de horas después con la prosaica excusa de extrañarte. Lugares comunes todos ellos; cliché sobre cliché; todos y cada uno de ellos llenándome de una felicidad que lejos de relajarme y liberarme, sólo abrió mis ojos. Del mismo modo gradual, tal como el día que uno se descubre cicatrices que ha tenido durante años, descubrí, aterrorizado, que te amaba. Todo se fue al carajo. Yo, poseído por Melvin Udall, arruine todo siendo yo. Las actitudes extrañas, los silencios, mis desapariciones sin explicación. Los días absolutamente normales en los que compensaba todas mis desarticulaciones pasadas. La promesa de nuestro futuro resanando las resquebraduras de lo nuestro. Y luego, de nuevo mis extrañezas, tu dolor y mi retraimiento. Hasta que un día simplemente me fui. Me fui lejos. Sí, seguía ahí, pero ya no estaba. Te dejé con dos palabras, fue la ultima vez que hable contigo; claro, seguíamos conversando, pero nunca volvimos a hablar. Poco después, ante tu confusión, me fui completamente; simplemente desaparecí de tu vida. Te dejé de la única manera que prometí que nunca lo haría: sola. Y lo siento, en verdad sabes cuanto lo siento; lo sabes porque me conoces. Porque me conociste. Oh, aún te amo, no lo dudes. Aún te extraño, aún te necesito y aún te pienso, pero cada día me alejo más; me alejo más de ti, me alejo hacia mí. Porque sólo aquí dentro puedo enfrentar ese miedo, ese miedo que es más fuerte que todo lo demás. Créeme, quiero quedarme, pero no puedo. Tengo miedo que, de seguir adelante, jamás pueda dar la vuelta atrás y tenga que enfrentarme a la única cosa que me aterra, la única cosa que realmente nos separará: El Final, Nuestro Final. No soy un hombre creyente, pero no puedo ignorar la señales, como tampoco, por más que lo deseé, puedo cerrar los ojos ante la revelación de lo que vendrá. Es por eso que me atrevo a terminar con lo nuestro, sólo para evitar que Termine. Algún día
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