Cuando todo suma a que la
confusión sensitiva se instale en nosotros, aunque sólo sea por breves momentos,
confusión sensitiva basada en una dolencia espiritual que se manifiesta en la
amargura y en la angustia que comienzan levemente para continuar su in
crescendo de manera estrepitosa ─si no se les intenta poner un freno
que mitigue tales dolores─, todo comienza a verse desde dos ópticas muy
relevantes, concretas y diferentes.
La primera, la de la tristeza; indudablemente es la que nos lleva a sentirnos
mal y a no entender, en un primer momento, porqué hemos llegado a ese lugar en
el que nos encontramos, lugar que sólo nos deja un sabor amargo por estar
teñido de sentimentalismo y añoranza, ambos sentimientos que podrían ser buenos
y loables en su constitución pero que en estos casos solo vienen a revestir
cierta opresión y, por supuesto, mucha desolación. Tristeza que nos mitiga en
nuestro accionar concreto y que llega para aflojar nuestro espíritu y hacernos
recalar en todo aquello que nos aflige y que en ese momento lo podemos ver y
sentir a flor de piel; todo esto dando lugar a la otra de las ópticas, íntimamente
relacionada a ésta primera si bien muy diferente.
La otra entonces, la segunda, es la de la claridad que nos permite darnos
cuenta de que algo estamos haciendo mal y que todo lo que podamos creernos ─a
nosotros mismos─ sobre que las cosas se dan de determinada forma por algo es
una falacia que bastaría con solo moverse de una manera diferente para ser
derribada y no tener más vigencia ni poder en su enunciado. Porque es cierto
que muchas veces nosotros mismos nos vamos ubicando en determinado lugar
─físico y espiritual─ y cuando queremos darnos cuenta de dónde estamos
realmente ubicados ya es demasiado tarde para modificar y cambiar algo en todo
este cuadro que se nos presenta; a no ser, claro, que nos dispongamos a ver y
generar una variación real en todo lo que descubrimos que no era lo que
deseábamos para nosotros y para nuestra vida y la de los que nos rodean que,
por estar en nuestro contexto de alguna u otra manera, también pasan a formar
parte activa de todo lo que se desprende de ese cuadro que nos arrojó la
claridad de esta confusión sensitiva.
Que vivir es también sufrir y eso todos lo sabemos y que los sufrimientos no
deberían llegarnos “en balde” (de gusto) es un hecho. Por lo tanto es
imprescindible poder tomar la batuta de esta orquesta que es en definitiva
nuestra vida y manejarla, dirigirla, como realmente nos plazca. Porque después
de todo ¿para qué sentirnos mal si es tan hermoso pasarlo lo mejor posible?;
con el plus, al mismo tiempo, de hacer que los demás también lo pasen mejor gracias
a nosotros.
Que el Universo Sabio, que dictamina en alguna
medida sobre nosotros, y que nuestra vida toda, desde sus comienzos y hasta
nuestros días ─con lo que ello significa: experiencias pasadas y
herramientas recibidas a través de los años así como una maduración y
determinación únicas que nos llevaron a ser quienes somos─ sean nuestros
mejores aliados y nuestros ángeles protectores que nos ayuden a ser felices y a
disfrutar cada vez más de ésto, de vivir.
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