¿Cuál es, después de todo, la desventura de saberse un ser triste?

 Cuando la tristeza te abraza siento que hay que dejarla expresarse, tanto que si lo hace por algo es y su función ─si podríamos suponer que tiene alguna─ quizás sea la de limpiar y sanar ese alma corroída y rota por diversos factores.

Asumirse en ese estado es sano también para la propia existencia puesto que negarse a una realidad que impera en determinado momento del tiempo de nuestra vida sería en todo caso ir desviando la mirada, no para seguir de manera diferente sino para evadirse de algo que seguramente sería mejor enfrentar y entonces sí ─de ahí en más─ seguir.
Yo no admiro ni un poco a quienes pregonan una vida de absoluta felicidad porque estar siempre en el mismo lugar, así sea que hablemos de un estado para atravesar la vida, no es conveniente ya que se puede, en todo caso, caer en la vaguedad de vivir en una irrealidad con respecto al hecho de modificarnos continuamente, hecho éste que, en definitiva, no es otra cosa que vivir. ¿Siempre felices? Es ilógico e irreal. Pónganse a pensarlo...
En fin, he sido triste, lo sigo siendo, y lo seré hasta el final de mis días ya que además de que es en estos momentos ─los de tristeza─ donde mi ser pisa el sitio donde se encuentra de una manera más concreta y consciente ─permitiéndome saber quién soy, donde estoy y hacia dónde estoy yendo─ nada malo puede revestir esta forma de entenderse. Después de todo, ¿cuál es la desventura de saberse y sentirse triste?
Lo que los demás puedan opinar sobre uno es algo que debe tenernos sin cuidado, ya se sabe; y si uno se reconoce y sabe transitar su vida de la mejor manera posible ─llevando algo en el camino de su vida de manera que no le haga mal─ la cosa ya está encaminada (parafraseando la idea del camino).
Por último quiero aclarar, en pos de no caer en una contradicción, que todas las entradas anteriores de este blog en donde me expreso y hablo de la felicidad, como haciéndola algo inherente a mi ser, no son algo erróneo o sin valor por estos días ya que ser una persona triste no es sinónimo, ni mucho menos, de estar todo el tiempo en ese lugar o, para ser más concreto, ser un infeliz en la vida. Para nada. Simplemente que uno atraviesa diferentes momentos en su vida y entonces tiene el derecho a compartirlos desde su lugar actual ─actual al momento de compartir algo─ y porque también uno se va conociendo y asumiendo a medida que avanza en los años de experiencia personal y en determinado momento cae la ficha de como se es y entonces, al redescubrirse, se sientan nuevas bases para continuar; y porque siempre se crece y se cambia en la vida, hasta el último segundo de la misma.
Tener la capacidad de asumirse un ser triste es ubicarse en un lugar que nos hace estar más en la tranquilidad emocional, rayando la sensibilidad extrema y aventurándonos a que el radar del dolor pueda estar abierto y en actividad ─transformándonos en seres detenidos con respecto al tiempo del bullicio y de la velocidad actual de la euforia descompasada del día a día en lo que a experimentar se refiere, y de querer ir siempre a por más─ que a ir excitantemente a cada paso por la vida.
Y claro que tengo motivos por los que abrazar la felicidad, sin dejar por eso de ser un hombre triste, porque nunca una cosa invalidará a la otra, y porque quien no se centre y se conozca a fondo a sí mismo, pudiendo saberse auténticamente único y descubierto en su esencia, nunca podrá aspirar a nada; y ¿quién dijo que un alma triste no pueda aspirar a momentos in aeternum de felicidad?
Vamos evolucionando o retrocediendo en la vida, algo tan cierto como que respiramos a cada instante, por eso además, también podemos ir modificando en algunos puntos nuestro abordaje personal de la misma, aunque la esencia y lo que primordialmente pensamos solo se vea matizado y más o menos ornamentado según nuestras épocas anímicas. Nada más que eso.




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