De noche...

 De noche y desde lo alto la ciudad parece el tablero gigantesco de una torre de control. Si te sientas al borde del mirador del cerro o en la orilla de alguna azotea sentirás que piloteas el mundo dentro de una cabina de vuelo a cielo abierto. Pero apreciar la ciudad desde abajo también tiene su encanto. Recorrer sus calles iluminadas es dejarse arrastrar por el torrente sanguíneo de un ser penumbroso que padece una enfermedad terminal, que brilla sólo para ser más llevadera. Lo que más disfruto es el efecto de barrido de las luces cuando giro la cabeza hacia cualquier otro lado: se asemeja a las fotos nocturnas sin flash cuando el pulso no es muy bueno; como si cada foco cobrara vida, como luciérnagas eléctricas grafiteando la oscuridad. Y es entonces que todo cobra sentido y se vuelve tan vibrante como en un sueño que se esfuma al amanecer. 






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