Incluso los desastres...

Ah yo sé que no es correcto decirlo, pero cambiaría todas las mujeres de mi vida por esta compañera mía.


No es algo lindo. Y probablemente alguna me lea, aunque lo dudo porque tampoco eran muy lectoras las muy ignorantes, y quizá se ofenda y sienta coraje también de haber perdido su tiempo conmigo, que soy tan poca cosa como cualquier otra persona, cuando no la conocemos.

Pues es hasta que alguien te conoce cuando cobras valor y te yergues en su vida, para por fin también ser alguien. Especialmente cuando ella te mira con sonrisa crisálida y te dice justo lo necesario para que sepas que también se siente como tú, o que al menos reconoce que tus sentimientos son posibles, y no solo son fiebre excéntrica y desfasada.

Ah yo me siento así, y es con ella cuando entiendo que quisiera devolver todo lo obtenido para volver a recobrarlo con ella y en ella. Todo el pasado es tan frívolo, de verdad, desde que la conozco. Podría decir que es la primera vez que amo, y sin embargo no es cierto, porque lo único acertado es desear haberla amado siempre a ella, a nadie más.

Yo no entiendo por qué es tan sencillo apostarlo todo y atreverse a decir - a gritarlo si alguien me lo pidiera o si volviera a emborracharme - que todo lo demás es un rumbo intercambiable y no un error. Algo de lo que no me lamento, porque es el camino que me trajo hasta ella, pero que cambiaría sin chistar por iniciar mi vida, desde sus inicios, junto a ella.

Hubiera querido, nena, haber nacido a tu lado. Haber compartido un seno de mi madre contigo. Haber dormido entre los estertores de la primera infancia; caminar por primera vez asido a ti, y caer al piso a tu lado, infinitamente pequeños, como niños amantes que nacieron para demostrarle al mundo que un hombre y una mujer no se encuentran por casualidad sino por destino.

Deseo con todo ahinco atravesar otra vez la calidez de todas las bahias caribeñas de mi infancia. Rememorar el calor solitario y pueril de mis juegos frente a un malecón, o adivinando la profundidad en la negrura socarrona del cenote, contemplando el agua y luego tus ojos, sonriendo antes de retarte a que brinques para que puedas fingir que te ahogas y yo pueda rescatarte y juntar mi cuerpo al tuyo y descubrir que nos estamos convirtiendo en adolescentes.

Ah, porque puedo entrever esa adolescencia perdida en este tu cuerpo cálido con tonos de historias personales que ahora me tocan adivinar, y que quisiera haberte dado yo. Nena, hubiera querido tenerte bajo mi cama, para leerte a Emile Zolá y luego llorar juntos por el horror impasible de crecer y descubrir que deseas y que añoras, y que el amor también es carne y saliva, y verguenza y pena. También es frustración, incomprensión y rebeldía burda.

Devolvería todo a cambio de hallarte en cada uno de mis recuerdos. Volverte en eje y bastión de mis sucesos. Erguirte en esas apariciones monásticas y sagradas que surgen con cierta canción, con cierto párrafo y con ciertos aromas y sabores. Verte en cada recurrencia. Reconocer que eres inevitable, y que las palabras recuerdo y memoria son sinónimos de tu nombre y estampa.

Ah, yo sé que es politicamente incorrecto negar a todas esas mujeres que componen el complicado almanaque de amores y desamores. De vericuetos sexuales, amarguras y orgasmos. Pero no es que me arrepienta de haber vivido, sucede que contigo, me hubiera gustado haber vivido todo de nuevo.

Incluso los desastres. Y esto, para que todas las otras mujeres de mi vida puedan acusarme de ser un hijo de puta infame pero no un hipócrita poco ecuánime y visceral.



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