Mire, ni usted ni yo:

 Mire, ni usted ni yo: usted dice que diez y yo digo que quince; vamos a dejarlo en trece y le pongo uno de pilón.


Dime cómo regateas y te diré quién eres. El que sabe regatear es porque mucho ha buscado en la vida, y el que no se deja a la primera es porque mucho tiene que perder. Pero sólo los años enseñan a regatear: cuánto tienes, cuánto vale, cuánto quiero, cuánto puedes. Y si se trata del corazón, o sabes regatear, o te carga la chingada.

Los más divertidos son los regateos familiares. No nos hagamos: algo tienen los otros que queremos, algo tenemos que los motiva a soportarnos. Sea la foto familiar para fingir estabilidad, sea la auténtica relación filial, nadie da nada por nada ni en el momento de mayor generosidad: el amor incondicional suele venir acompañado de una esperanza de no acabar solos en un asilo de ancianos, o de tener un donante de riñón en caso de ser necesario.

Los regateos de oficina son de hueva. Desde el regateo inicial, en donde el que pide siempre está en desventaja –pinche sueldito de mierda, pero si desde el principio debí haber pedido más-, hasta las horas extras que se negocian como si de tomates se tratara: pero si necesito que te quedes hoy en la tarde; pero es que tengo un compromiso; pero es que recuerda que te dimos el medio día que pediste; pero estoy poniendo mi carro, eso también cuenta. Regateos malogrados plasmados en un cheque de poca monta; y otra vez, y otra vez.

Regatear con las mascotas es como ensayar para cuando llegue la grande. La técnica se pule luego con los hijos. La práctica se conserva con un padre anciano.

Los regateos del corazón, esos son los complicados. Ándele güerita, que al cabo se la va a pasar bien. Que la mercancía que traigo no la va a encontrar en otro lado. Que le traigo un modelo antiguo, pero que es original; que a estas alturas ya se le llama de colección. Que si yo le doy mi corazón, luego con que me quedo, oiga. Que si me lo das o que si te lo presto. Que me gusta oírlo cantar mientras yo le hago las cuentas. Que ándele, que le voy a poner dos al precio de uno y medio. 

Hasta que la negociación se va a la chingada: usted no está dispuesto a bajarse marchante, y así, nomás no me sale. 



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