Regresé compungido, pero al menos quedamos de vernos al día siguiente. Mi viaje era corto, y ya me quedaban pocos días. Con los año reconozco que no dormí aquella noche, imaginaba el color de tus pezones y recreaba aquél francés que se te resbalaba de cuando en cuando.
El día siguiente fue espléndido en todos los sentidos. Había muy poco hielo por las calles, y mucho sol. Recorrimos gran parte de la ciudad a pie; al principio fue extraño, pero me embobaba tu risa y tu sencillez, parecía todo ser tan fácil a tu lado... creo que nunca había sonreído tanto en un solo día. Me sentía brioso y a veces hasta desconsolado, creo que lo efímero de verte bajo el sol que no salía hace días, y tomarte de la mano bajo aquellos árboles de hojas secas, me producía una melancolía indescriptible, y a la vez una erección irrenunciable.
Por la tarde pasamos a tu departamento y por fin hicimos el amor, había mucha luz aún, y así me grabé todo tu cuerpo en la memoria con tanta facilidad. Tenías unos gemidos tenues y me lacerabas la espalda con tus dedos apretándome cada vez, y la temperatura de tu cuerpo era ideal. Recuerdo que pasamos parte de la noche en un estado casi catatónico, lo más cercano un placer no-terrenal.
Por la noche saliste al bar donde eras 'bartender'. Te veía como quien se encuentra en shock, como quien se encuentra con la vida de un golpe, y se fascina con las flor más bella de su jardín. Cuando regresamos, secretamente conté el dinero que me quedaba, y esperaba al día siguiente para sacar lo que fuere necesario y no regresar a México.
Pasaron días fascinantes, en un vaivén envidiable entre la catársis de tu cuerpo y aquél invierno que no alcancé a ver huir por completo.
Y a veces así, desde hace ya muchos años y noches, me levanto lamentándome de haberme ido, sin los güevos de quedarme o de robarte, y con los calzones mojados que de cuando en cuando tu recuerdo me extravían.
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