Ahora las cosas las pienso no dos sino cuatro o seis veces antes de hacerlas. Cada acto tiene una consecuencia social y financiera, y atrás quedó el sentimiento de acabar con una botella, y aventarla hacia atrás con los ojos cerrados.
Me pregunto qué sigue. Acostumbro leer las noticias más que nunca. Leo cientos de artículos financieros, y a veces me averguenzo tras emocionarme cuando baja la tasa de interés de hipotecas, y entro y salgo enfermiza y obsesivamente a mi cuenta bancaria, trazando grandes planes futuros que causan sueño a cualquiera que le cuente.
Algunos de mis amigos tienen esposa, hipoteca e hijos. Poco a poco me aterra menos el prospecto de hundirme en las arenas movedizas de la carrera de ratas. Uso camisa y pantalón de vestir todos los días- ¿no estoy ya a la mitad del proceso de vender mi alma?
Días después, me despertó un horrible dolor de estómago en la madrugada. Me sostuve frente al lavabo, con unas enormes náuseas. No me pude obligar a mí mismo a vomitar, y cada convulsión vacía de mi estómago me debilitaba y mis piernas por poco y se doblan. Sentí un hilo en la lengua. Al abrir la boca tomé el hilo y jalé, pero estaba atorado con algo. Jalé más fuerte, pero el hilo continuaba hasta mi garganta, y sentí el jalón hasta los intestinos. Enrollé el hilo en un dedo, tomándolo cuidadosamente con mi otra mano, y tras unos cuantos respiros para armarme de valor, tiré con todas mis fuerzas.
Mis intestinos ardieron, y sentí como se creó un vacío en mis entrañas, una fuerte succión revolviéndome por dentro. Una viscosidad caliente subió por mi esófago y de pronto reventó sobre el espejo en una espectacular explosión. Se contrajo mi estómago, mi garganta expandiéndose enorme, y tras sentir un disparo de adrenalina y una sensación de terror, vomité un líquido denso y negro, galones de él, sobre el lavabo, mis manos y pecho. Una y otra vez expulsé litros y litros de cagada, y mis fosas nasales ardieron con el fuerte olor de azufre con aceite de motor.
Mis codos y rodillas se doblaron, y mi cuerpo se colapsó, pegándome arriba de la ceja con la esquina del lavabo y cayendo al suelo, una escandalosa herida chorreando ríos de sangre, cegándome.
Sentí que me iba a morir. Quise tomar mi teléfono y hablarle a una ambulancia, pero mi brazo permaneció inerte, mi cuerpo flácido acomodado como títere en el piso del baño.
Tras lo que me parecieron horas, pude respirar, y mi corazón bombeó sangre, finalmente llenando mi cuerpo de oxígeno puro, y me sentí libre y completo.
Recobrando mis fuerzas, me paré con mucho cuidado y me vi frente al espejo. Mi rostro estaba rasurado y limpio, mi camisa blanca planchada e impecable, una corbata azul rayada perfectamente acomodada con un nudo Windsor. Nunca me había sentido tan plenamente conforme.
Busqué en mi interior y mis problemas se habían hecho diminutos, y me causó un gran lamento el haber algún día tenido dudas de existencia. Curiosamente, mis ojos cambiaron. Mis dos esferas oculares eran casi completamente blancas, sin pupilas, salvo unas pequeñas y casi imperceptibles arterias rojizas. Sonreí de oreja a oreja y mis encías rosas y carnosas carecían de dientes.
Estallé en una estruendosa carcajadas, hasta que me dolió la nuca, y lloré de la risa, una euforia total recorriendo mi cuerpo entero.
No entendí como pude pasar tantos años queriéndolo tener todo, sin entregarme a nada. Mi libertad, soltería, y sueños risibles sin valor alguno se esfumaron, y por primera vez en mi vida, supe que todo iba a estar bien.
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